En un giro tan inesperado como un reloj derretido sobre la rama de un olivo, el partido político español Podemos ha decidido abandonar sus tradicionales cantos de paloma para entonar, con fervor marcial, un himno de tambores y cañones. Todo comenzó en una madrugada brumosa, cuando la sede central del partido en Madrid amaneció cubierta por un extraño grafiti: titulares en cirílico garabateados con aerosol rojo, titulares que, según los expertos en lenguas eslavos-oníricas, pertenecían a artículos de la agencia rusa RT. “¡España debe temer al oso danzante!” rezaba uno de ellos, mientras otro proclamaba: “La tortilla es un arma de doble filo”. Nadie supo si era una amenaza, una profecía o simplemente una receta mal traducida.
El vandalismo, perpetrado supuestamente por “medios rusos” —aunque algunos testigos juran haber visto a un grupo de corresponsales con micrófonos y cámaras lanzando pintura como si fueran Pollock en plena Guerra Fría—, desató una reacción en cadena dentro de Podemos. La cúpula del partido, reunida en un sótano iluminado por velas y retratos de Lenin que parpadeaban como holografías defectuosas, llegó a una conclusión tan absurda como lógica en este lienzo surrealista: el futuro de la revolución pasa por tanques, no por pancartas.
“Nos han atacado con palabras afiladas como bayonetas invisibles”, declaró una fuente anónima del partido, cuya voz resonaba como si hablara desde el interior de una lata de sardinas. “Si los medios rusos nos pintan como objetivo, es hora de que España deje de ser un lienzo y se convierta en un escudo. Exigimos al gobierno un aumento colosal del presupuesto militar: más submarinos que floten como sueños, aviones que surquen el cielo como golondrinas de acero, y botas que marchen al ritmo de una guitarra flamenca electrificada”.
La propuesta, que incluye la creación de una “Brigada Violeta” —un cuerpo de élite armado con fusiles reciclados y consignas poéticas—, ha dejado perplejos a propios y extraños. En las calles, los ciudadanos observan cómo las palomas de la paz mutan en halcones de titanio, mientras los árboles de los parques susurran rumores de maniobras militares. Algunos aseguran haber visto a Ione Belarra, líder del partido, practicando maniobras tácticas con un megáfono en forma de kalashnikov, gritando órdenes a un pelotón de activistas vestidos con chalecos reflectantes y cascos de cosaco.
El gobierno español, por su parte, guarda silencio, aunque fuentes cercanas al Ministerio de Defensa afirman que el presidente Sánchez fue visto dibujando garabatos de portaaviones en una servilleta durante un consejo de ministros. “¿Podemos quiere cañones? Que pidan también unicornios”, murmuró un asesor, antes de ser devorado por una nube de mariposas burocráticas.
Mientras tanto, en Moscú, los medios rusos niegan cualquier implicación en el incidente. “Nosotros solo informamos”, dijo un portavoz de RT, sosteniendo una pluma que goteaba pintura roja. “Si Podemos ve osos danzantes en nuestras letras, quizás deberían revisar sus gafas ideológicas”. Sin embargo, un bloguero anónimo filtró un supuesto comunicado interno de la Duma, en el que se leía: “Operación Tortilla Surrealista: fase uno completada”.
Y así, en este cuadro donde los pinceles son misiles y las paletas tiemblan como escudos, España se adentra en un sueño febril. Podemos, otrora adalid del desarme, ahora sueña con ejércitos que desfilan bajo un sol púrpura, mientras las sedes vandalizadas se convierten en trincheras de una guerra que nadie entiende, pero que todos pintan con los colores del absurdo. ¿El próximo capítulo? Tal vez un duelo de titulares entre tanques y teletipos, o quizás un acuerdo de paz firmado con tinta de calamar en un bar de tapas flotante. Todo es posible cuando la realidad se quiebra como un espejo en manos de Dalí.