En el corazón de cada movimiento progresista se esconde un secreto a voces: el joven idealista, con su mirada encendida por la justicia social y sus puños apretados en señal de protesta, suele tener un origen un poco menos… revolucionario.
Imagínense a Juan, un universitario con el pelo largo, la camiseta de Che Guevara y el corazón lleno de utopías. Juan, quien sueña con igualdad, justicia y un mundo sin clases, pasa sus días organizando marchas y noches escribiendo manifiestos que prometen el derrocamiento del capitalismo. Pero, ¿quién financia esta pasión por la revolución? Ahí es donde entra en juego la ironía más deliciosa: su familia.
Sí, esa misma familia que vota por los partidos conservadores cada cuatro años, que tiene acciones en empresas multinacionales y que probablemente piensa que “comunismo” es una mala palabra. Ellos son los que pagan la matrícula de la universidad privada donde Juan estudia sociología, los que cubren el alquiler de su pequeño apartamento en el barrio cool de la ciudad, y los que le dan la mesada que luego se convierte en panfletos y pancartas.
La madre de Juan, una empresaria de éxito, sonríe con indulgencia cada vez que su hijo habla de “derrotar al sistema”, mientras revisa sus inversiones en la bolsa. El padre, un abogado de renombre, asiente con paciencia, sabiendo que en el fondo, su hijo regresará a casa para las cenas familiares donde se discuten los últimos avances en el mercado inmobiliario.
Y es que aquí está el verdadero chiste: mientras Juan se declara enemigo del capitalismo, su estilo de vida, su educación y su capacidad para dedicarse a la lucha social son posibles gracias a ese mismo sistema que critica. La ironía no podría ser más sangrienta.
En las reuniones familiares, mientras Juan habla apasionadamente sobre la explotación laboral, su tío, dueño de varias fábricas, le ofrece más vino tinto, preguntándose en silencio si su sobrino algún día entenderá que el mundo no es tan blanco y negro como las páginas de su libro de Marx.
Así que, la próxima vez que veas a un joven de izquierda en una manifestación, con un megáfono en la mano y la mirada fija en un futuro mejor, recuerda: detrás de esa pasión por cambiar el mundo, hay una familia de derecha que, con su cartera abierta, está literalmente sosteniendo la revolución… aunque sea de manera inadvertida.