En un giro inesperado que ya ha sido descrito por algunos como “la tormenta en un vaso de hummus más grande de la historia reciente”, el coordinador de la flotilla rumbo a Gaza, Khaled Boujemâa, ha anunciado su dimisión irrevocable después de descubrir que entre los participantes había activistas LGBTQI+. Sí, querido lector, resulta que en plena travesía solidaria contra el bloqueo israelí, el verdadero escándalo no ha sido la amenaza de la marina israelí ni la logística para transportar toneladas de ayuda, sino que un par de marineros llevaban más colores en su bandera que el arco iris en primavera.
La noticia estalló cuando Boujemâa, en dos transmisiones de video realizadas desde la cubierta de la nave principal (entre ruido de gaviotas y un marino que intentaba silbar “Bella Ciao”), declaró indignado:
—Nos mintieron sobre la identidad de algunos participantes de la vanguardia de la flotilla. ¡Nos ocultaron este aspecto tan grave!
El aspecto grave en cuestión era la presencia de Saif Ayadi, quien, sin el menor complejo, se presentó públicamente como “activista queer”. Un término que a Boujemâa, según confesó, le sonaba a marca de jabón ecológico.
Un mar de indignaciones
La reacción fue inmediata. Mariem Meftah, activista veterana de las movilizaciones propalestinas, publicó un comunicado en el que calificaba el hecho como un intento de “imponer una agenda cultural progresista sin relación con la causa”. “Esto es cruzar la línea roja”, afirmó, aunque no aclaró si esa línea roja era la del mapa de navegación o la de las camisetas de los voluntarios italianos.
Samir Elwafi, presentador de televisión y experto en dramatizar cualquier situación hasta niveles de telenovela turca, se sumó al coro de protestas:
—Esto es un ataque a los valores sociales y culturales de Palestina. ¡Hoy es la bandera arcoíris, mañana será que alguien quiere pinchar techno en la cubierta en plena oración del viernes!
Mientras tanto, en el campamento de activistas LGBTQI+, la reacción fue más tranquila. Ayadi, con gafas de sol y un pañuelo palestino cuidadosamente combinado con uñas pintadas de verde, comentó a la prensa:
—Si ser queer es lo que hace que un coordinador dimita, entonces el problema no lo tengo yo, lo tiene su GPS moral.
La logística de la diversidad
Algunos voluntarios que permanecen en la flotilla han señalado que, de hecho, la presencia de activistas LGBTQI+ no había causado problemas logísticos serios. Al contrario:
- Los dormitorios compartidos estaban mucho mejor organizados, con cortinas combinadas por colores.
- La playlist de la travesía mejoró radicalmente: se pasó de canciones revolucionarias en bucle a mezclas de artistas árabes con toques electrónicos.
- El menú vegetariano ganó en variedad gracias a recetas improvisadas de hummus con aguacate.
Pero nada de eso convenció a Boujemâa, quien insistió en que su “conciencia cultural” no le permitía seguir al frente. Según testigos, su último acto como coordinador fue desenchufar el altavoz que en ese momento reproducía a Cher.
La dimisión como espectáculo
Boujemâa no se limitó a enviar un comunicado frío. Decidió teatralizar su renuncia. En el video viral, aparece con un chaleco salvavidas puesto al revés y una mirada de mártir:
—No puedo capitanear un barco que ondea una bandera equivocada. La nuestra es la palestina, no la del arcoíris.
Acto seguido, arrojó al mar una botella vacía de agua mineral a modo de metáfora. Lamentablemente, la corriente la devolvió cinco segundos después, lo que muchos interpretaron como una señal divina de que su dimisión no sería aceptada.
Reacciones en tierra firme
La noticia cruzó el Mediterráneo a la velocidad de un rumor en un grupo de WhatsApp familiar. En Túnez, Marruecos y otros países de la región, algunos comentaristas aplaudieron el gesto de Boujemâa, mientras que otros señalaron que era absurdo abandonar una misión humanitaria por la orientación sexual de un compañero.
En Europa, la noticia fue recibida con incredulidad. En Madrid, colectivos de solidaridad con Palestina convocaron una rueda de prensa improvisada en la que un portavoz dijo:
—Que alguien se ofenda porque hay queer en un barco solidario es como indignarse porque en una manifestación antidesahucios alguien lleve crocs. Irrelevante, pero ruidoso.
En Berlín, un colectivo LGBTQI+ anunció que enviará flotadores con forma de unicornio como señal de apoyo a los marineros queer de la flotilla.
La causa eclipsada
Mientras tanto, los analistas internacionales señalan que la controversia amenaza con eclipsar la verdadera misión de la flotilla: llevar ayuda a Gaza y denunciar el bloqueo israelí. Un periodista francés resumió la situación con sarcasmo:
—La marina israelí debe estar celebrando. No necesitan interceptar los barcos, basta con que se peleen entre ellos por la identidad sexual de los tripulantes.
En efecto, mientras Boujemâa dramatizaba su renuncia, en redes sociales proliferaban memes como:
- Una foto de la flotilla retocada con velas arcoíris y el título “Gay Pride flotante”.
- Una caricatura en la que un barco dispara confeti en vez de bengalas de emergencia.
- Un cartel falso anunciando la “Primera Marcha del Orgullo Náutico Solidario”.
Mariem Meftah y el comité de las “líneas rojas”
Mariem Meftah, al ver que sus declaraciones habían quedado algo eclipsadas por el show de Boujemâa, redobló la apuesta. Anunció la creación de un “comité de líneas rojas” para definir qué comportamientos o identidades son aceptables dentro de la flotilla.
El borrador de normas, filtrado en exclusiva, incluye artículos como:
- Se permiten pañuelos palestinos, pero no pañuelos con lentejuelas.
- Queda prohibido transformar la oración colectiva en una coreografía de voguing.
- Cualquier bandera debe tener un máximo de tres colores, salvo la palestina.
La propuesta ha sido recibida con tanto entusiasmo como una ensalada sin aceite en un restaurante griego.
El contraataque queer
Lejos de replegarse, los activistas LGBTQI+ en la flotilla decidieron responder con ironía. Ayadi publicó un video en el que, rodeado de marineros solidarios, declaraba:
—Si nos acusan de imponer una agenda, vamos a hacerlo bien. Próxima parada: drag queens en la proa y taller de glitter resistente al agua.
El video superó el millón de visualizaciones en pocas horas y generó la etiqueta #FlotillaQueer, que comenzó a usarse masivamente en redes sociales. Incluso algunos famosos internacionales, como cantantes pop y actores de Hollywood, se sumaron al hashtag para expresar apoyo.
El dilema del coordinador
A medida que el escándalo crecía, Boujemâa comenzó a recibir presiones contradictorias. Algunos sectores lo aplaudían como defensor de la tradición, mientras que otros lo acusaban de ridiculizar la causa palestina y distraer de los verdaderos problemas.
Un rumor asegura que intentó retractarse parcialmente, pero su credibilidad ya estaba hundida como un ancla en el fondo del puerto. “Lo único que consiguió”, señaló un analista, “es que ahora lo recuerden como el hombre que se rindió ante la bandera arcoíris, no ante la marina israelí”.
Palestina y la modernidad
Este episodio ha abierto un debate más amplio sobre la relación entre la lucha palestina y las cuestiones sociales y culturales. Mientras algunos insisten en que no hay espacio para agendas ajenas, otros defienden que la diversidad de quienes apoyan la causa es parte de su fuerza.
Un politólogo lo resumió así:
—Si aceptas ayuda internacional, no puedes esperar que venga con un manual de costumbres. Es como invitar a alguien a cenar y luego quejarte de que mastica distinto.
Epílogo satírico
Mientras la flotilla sigue su viaje, ahora con un aire de comedia involuntaria, Boujemâa se ha retirado a un puerto del Mediterráneo, donde al parecer planea escribir un libro titulado Traicionado por el Arcoíris. Entre tanto, Ayadi y sus compañeros siguen en cubierta, ondeando tanto la bandera palestina como la arcoíris, demostrando que, al menos en el mar, hay espacio para ambas.
Como ironizó un activista español que sigue la travesía:
—Al final, lo importante no es si eres queer, tradicional, vegano o carnívoro. Lo importante es que el barco no se hunda.
Palabras finales
El caso Boujemâa pasará a la historia como ejemplo perfecto de cómo una causa noble puede naufragar mediáticamente por los prejuicios de sus propios protagonistas. Tal vez, cuando la flotilla llegue a Gaza (si llega), nadie recuerde cuántos sacos de harina llevaba, pero todo el mundo sabrá que un coordinador renunció porque no soportaba navegar con glitter a bordo.
Y en la crónica de la historia, tal vez quede escrito que la verdadera línea roja no era cultural ni política, sino la línea de ridículo que se cruzó aquel día en altamar.
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