¡Ay, queridos lectores! En un mundo donde los villanos de las películas de Disney ya no son solo caricaturas con cuernos, sino fondos soberanos con petróleo y yernos presidenciales con mal gusto en corbatas, llega el artículo más alarmista de la historia del gaming: ese panfleto apocalíptico disfrazado de periodismo en TheGamer.com. Sí, ese mismo que titula algo así como “EA Adquirida por Arabia Saudí, Jared Kushner y la Censura que Destruirá Tus Juegos Queer y NSFW”. ¿Han leído esa obra maestra de la paranoia? Si no, no se preocupen: yo, su fiel narrador satírico, la destriparé aquí con el bisturí de la burla, porque nada grita “fin del mundo” como un consorcio de millonarios comprando una empresa de videojuegos y, de repente, ¡zas!, tus romances gais en *The Sims* se convierten en bodas poligámicas con camellos.

Permítanme resumirles el “argumento” de ese artículo ridículo, porque leerlo entero es como jugar a *Dark Souls* sin tutorial: frustrante y con un boss final que es solo un editor con agenda social. Según TheGamer –ese bastión de la objetividad que hace que Fox News parezca un documental de la BBC–, Electronic Arts (EA, la compañía que nos regaló joyas como *FIFA* con microtransacciones que podrían comprar un país pequeño) ha sido devorada por un trío infernal por 55 mil millones de dólares. ¿Quiénes son los demonios? Primero, el Fondo de Inversión Pública de Arabia Saudí (PIF), ese pozo sin fondo de petrodólares presidido por el príncipe Mohammed bin Salman, el mismo que la CIA acusa de serruchar al periodista Jamal Khashoggi como si fuera un tutorial de IKEA. Segundo, Affinity Partners, la juguetería financiera de Jared Kushner, el yerno de Trump que parece salido de un episodio de *The Apprentice* donde el premio es una mansión en Mar-a-Lago y un divorcio millonario. Y tercero, Silver Lake, un fondo de private equity que suena a lago plateado donde se ahogan los sueños creativos.



El pánico central del artículo es que esta adquisición –que, ojo al dato, aún está en pañales porque, sorpresa, las regulaciones antimonopolio existen por algo– va a censurar todo lo queer y NSFW en los juegos de EA. Imagínense: *Mass Effect* sin Shepard besuqueando a Garrus porque, ¡ay, los camellos no aprueban el romance intergaláctico! O *Dragon Age* donde los elfos se casan solo con princesas saudíes en velos negros, y *The Sims 4*… oh, *The Sims 4*, el santo grial de la diversidad pixelada. Según el profeta de TheGamer, pronto tus Sims lésbicos no podrán adoptar gatos; en su lugar, tendrán que criar halcones falcons o lo que sea que hagan los príncipes saudíes para no aburrirse con su harén de yates. Y todo esto, claman, porque Arabia Saudí criminaliza la homosexualidad, Trump tuitea contra el “woke” como si fuera su hobby matutino, y Kushner… bueno, Kushner solo existe para recordarnos que el nepotismo es el nuevo DLC de la democracia.


Pero vayamos al grano de esta sátira: ¿qué tan ridículo es este artículo? En una escala de 1 a “un jugador gritando por un bug en *Cyberpunk 2077*”, llega al 11. Primero, porque confunde “preocupación especulativa” con “hecho irrefutable”. El CEO de EA, Andrew Wilson –ese tipo que parece un NPC de *The Sims* con traje caro–, ya dijo que los “valores” de la compañía no cambian. ¿Valores? Ja. Los mismos valores que meten loot boxes en *Star Wars Battlefront* como si fueran caramelos gratis. Pero TheGamer lo ignora y pasa directo al modo pánico: “¡Censura inminente! ¡Los saudíes van a borrar los pezones de *Dead Space* y convertir a Liara en un velo azul!” Es como si yo escribiera un artículo diciendo que twitter va a censurar mis chistes porque Elon Musk tuiteó sobre Marte: puro humo para clicks.

Hablemos de los villanos, porque el artículo los pinta como Saurón, Voldemort y el Emperador Palpatine en un trío tóxico. El PIF, ese fondo que ya posee pedazos de Nintendo, Take-Two y Embracer Group –sí, los mismos que publican *GTA* y *Dragon Age*, irónicamente–, es acusado de “sportswashing”. ¿Qué es eso? Básicamente, usar deportes y esports para blanquear la imagen de un régimen que lapida a la gente por mirar Netflix en la hora equivocada. Ejemplos: financian eventos de *League of Legends* y WWE para que el mundo olvide que en Riad, ser queer es como jugar a *Among Us* y ser el impostor eterno: te expulsan del servidor. Y Kushner, oh, el Kushner. El artículo lo adora como el comodín: gracias a su lazo con Trump, esta compra “no enfrentará oposición regulatoria”. ¿En serio? ¿Porque el yerno del expresidente (que en 2025 sigue siendo una sombra naranja en la Casa Blanca) va a susurrar al oído del FTC? Es como decir que mi primo que trabaja en McDonald’s va a comprar Burger King porque conoce al gerente de turno. Ridículo. Y Silver Lake… bueno, ellos son solo el tipo aburrido del grupo, el que paga la cuenta y sueña con recortar costos con IA para que los juegos de EA se llenen de más anuncios que un Super Bowl.

Ahora, el meollo de la histeria: la censura en juegos queer y NSFW. TheGamer teje una telaraña de “pendiente resbaladiza” que daría envidia a un complotista de QAnon. Cita casos reales, sí –como Itch.io bloqueando juegos NSFW en el Reino Unido por la Online Safety Act, o Steam vetando “temas adultos” en Early Access–, pero los infla como globos en una fiesta de cumpleaños. “¡Los queer games están bajo ataque desde todos los ángulos!”, grita, como si *The Sims* fuera el próximo Tiananmén digital. Ejemplos: en Singapur, una película con un beso gay se califica como “madura” sin sexo explícito. Terrorífico, ¿verdad? Casi tanto como el hecho de que EA ya ha censurado cosas por regulaciones chinas –sí, China, no Arabia– para que *Battlefield* no ofenda al Partido Comunista. Pero no, enfoquémonos en los saudíes, porque nada vende como islamofobia light envuelta en arcoíris.


Y aquí viene lo más hilarante: el artículo admite que una censura abierta sería un desastre para el sportswashing saudí. “¿Por qué arriesgar backlash global borrando personajes LGBTQ+ de *Dragon Age*?”, se pregunta retóricamente. Exacto. Sería como si Apple censurara el iPhone para que no tenga apps de citas gays: se hundiría en ventas más rápido que el Titanic. En cambio, especulan “cambios sutiles”: menos romances queer, más mecánicas de “familia tradicional”. ¿Sutil? Eso suena a lo que EA ya hace con sus DLCs: quitar contenido base y venderlo después por 20 euros. El artículo cita a Joey Shea de Human Rights Watch diciendo que el PIF gasta en “megaproyectos vanos” en vez de derechos humanos. Válido, pero ¿qué pinta eso en un review de juegos? Es como reseñar *FIFA* y terminar hablando del cambio climático.

Permítanme mofarme un poco más de esta narrativa de “fin de los tiempos queer”. Imaginen la escena: un príncipe saudí en su palacio de oro, con Kushner a su lado sorbiendo un café de 500 dólares, decidiendo el destino de *Mass Effect: Andromeda 2*. “¡Fuera las opciones románticas no hetero! ¡Y que Shepard monte un camello en vez de la Normandy!” Kushner asiente, tuit de Trump en mano: “¡Los videojuegos woke son FAKE NEWS! #MAGA”. Mientras, en Silicon Valley, Silver Lake calcula ROI: “Si censuramos el 5% del contenido, ahorramos 2 millones en animaciones. ¡Genial!” Es una caricatura tan burda que hasta South Park la rechazaría por “demasiado exagerada”.

Pero en serio, ¿por qué este artícula esta gente ? Porque ignora la realidad del negocio gamer. EA ya es un monstruo corporativo que prioriza ganancias sobre arte: recuerda *Anthem*, ese fiasco que costó miles de despidos. Los saudíes no van a “censurar queer” porque eso vendería menos que un juego de golf en Fortnite. Al contrario, el PIF invierte en gaming para diversificar su economía petrolera –¡ironía!– y atraer talento joven. Y Kushner… pobrecito, su fondo Affinity ni siquiera es el jugador principal; es el sidekick que entró porque Trump necesita palmaditas en la espalda. El artículo usa esto para un sermón anti-capitalista disfrazado de alerta cultural, terminando con un patético “¡Firma una petición!” como si Change.org fuera a detener a un fondo de 700 mil millones.


Es entretenido, sí, como un meme viral, pero tan sustancial como un NFT de un Sims desnudo. La verdadera amenaza a los juegos queer no son los saudíes o Kushner –que, seamos honestos, probablemente ni saben qué es *Dragon Age*–, sino el mismo EA: sus microtransacciones, sus secuelas perezosas y su alergia al riesgo creativo. Si queremos salvar el gaming inclusivo, firmemos peticiones contra los loot boxes, no contra príncipes imaginarios.

Al final, este artículo ridículo nos recuerda por qué amamos los videojuegos: escapismo puro. En *The Sims*, puedes construir una mansión queer sin que Kushner llame a la puerta. En la realidad, solo riamos de los alarmistas. Porque si los saudíes censuran algo, que sea los bugs de *FIFA*, no nuestros amores pixelados. ¿Fin del mundo? Nah. Solo otro nivel desbloqueado en el juego eterno de la hipocresía corporativa.

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