En un nuevo capítulo de la saga política nacional, Pablo Fernández —más conocido en las tertulias como “el Dartañán de Podemos” por su melenaza mosquetera, su tono desafiante y su afición a blandir consignas como si fueran espadazos— ha salido a defender lo indefendible: las famosas pulseras contra la violencia de género, aquellas que deberían haber sido un escudo tecnológico, “jamás reportaron fallos”.
La frase sonó solemne, casi como un juramento caballeresco. Pero claro, en España, donde hasta los semáforos fallan si los mira un político, la realidad se encargó de darle un estoque al relato en menos de 24 horas. Resulta que, según informes técnicos, actas judiciales y hasta los propios fabricantes, las pulseras sí que fallaron. Y no una, ni dos, sino varias veces. Hubo cortes de conexión, alertas que nunca llegaron y dispositivos que parecían más un accesorio de bisutería de mercadillo que un sistema de seguridad puntero.
Pero Dartañán no se achanta. Con su verbo fácil y su seguridad de actor de teatro de instituto, repitió en entrevistas y ruedas de prensa que todo esto era “pura intoxicación mediática de la derecha cavernaria”, como si los datos técnicos hubieran salido de la cafetería de Vox. Lo que en realidad, sospechan muchos, no es otra cosa que un intento desesperado de blanquear la gestión de Irene Montero en el Ministerio de Igualdad, un ministerio que ya quedó marcado por la ley del “sí es sí”, los indultos sociales a agresores y ahora, las pulseritas defectuosas.
El caballero de la coleta contra el dragón de los hechos
La estrategia de Pablo Fernández fue clara: ponerse el traje de mosquetero y levantar la espada de la retórica. No importa que los jueces hablen de fallos documentados ni que las asociaciones de víctimas lleven meses quejándose. Para él, todo es parte de una conspiración para manchar el legado de Irene Montero.
En su intervención más reciente, aseguró que “ninguna pulsera falló jamás en su función principal”. El problema, según él, es que hay gente “que no sabe interpretar los datos” o “quiere confundir a la ciudadanía”. Traducido al castellano plano: si la pulsera no avisa de que tu agresor está a 200 metros, la culpa es tuya por no medir bien la distancia.
La comparación más usada en redes sociales fue inmediata: “Es como si te venden un extintor y cuando lo usas en un incendio solo escupe confeti. Y encima el político de turno te dice que la fiesta es tu culpa, por no saber bailar al ritmo del confeti”.
El legado de Irene Montero y la pulsera de Schrödinger
El Ministerio de Igualdad de Montero ya era un coloso tambaleante antes de que apareciera este nuevo escándalo. Pero la historia de las pulseras defectuosas se ha convertido en la metáfora perfecta del mandato: proyectos que nacieron con buenas intenciones, se vendieron con fanfarrias y terminaron siendo un bochorno.
La situación es tan surrealista que varios analistas ya hablan de la “pulsera de Schrödinger”: al mismo tiempo funciona y no funciona, depende de quién te lo cuente. Si le preguntas a Pablo Fernández, todas fueron un éxito, un símbolo de la “España feminista que avanza”. Si le preguntas a las víctimas que denunciaron los fallos, la pulsera era poco más que un llavero caro.
Lo más irónico es que el propio ministerio presumió en su día de haber invertido millones en este sistema, con ruedas de prensa llenas de gráficos y powerpoints que parecían sacados de un anuncio de Apple. Y hoy, esos mismos gráficos están siendo utilizados como prueba de lo contrario: que las alertas no llegaron a tiempo, que hubo zonas sin cobertura y que la tecnología estaba obsoleta desde el día uno.
El intento de blanqueo: brochazos de purpurina sobre el barro
A los ojos de la oposición, todo el discurso de Pablo Fernández no es más que un último acto de lealtad hacia Irene Montero. “Un blanqueo descarado”, dicen, “un brochazo de purpurina sobre un charco de barro”.
Porque si algo ha quedado claro en la política española es que cuando un dirigente se aferra a una mentira con tanta pasión, no lo hace por convicción sino por estrategia. Fernández, en su papel de caballero fiel, sabe que su partido necesita seguir construyendo la narrativa de que Montero no fracasó, sino que fue víctima de un ataque coordinado. Y si para eso hay que negar la existencia de fallos documentados, pues se niegan.
La táctica no es nueva: ya vimos a otros políticos convertir derrotas en victorias, recortes en “ajustes responsables” y caídas en las encuestas en “muestras de fortaleza”. Pero Fernández lo hace con un estilo tan dramático, tan de escenario de capa y espada, que casi parece una parodia de sí mismo.
Reacciones ciudadanas: entre la risa y la indignación
Las redes sociales se lo han pasado en grande con el asunto. En X (antes Twitter), los memes corrieron como pólvora:
- Una foto de Pablo Fernández con Photoshop sosteniendo un reloj de arena roto, con la frase: “No falla, solo está en modo decorativo”.
- Otra de una pulsera con la etiqueta: “Edición limitada de AliExpress”.
- Y la más compartida: un vídeo de un dron cayéndose al suelo con el audio de Fernández diciendo: “¡Perfecto funcionamiento!”.
Pero más allá de las bromas, hay indignación real. Asociaciones de mujeres han recordado que detrás de cada fallo hay historias dramáticas, con víctimas que no pudieron confiar en un sistema que prometía protección. Y ver ahora a un dirigente político negar descaradamente esos problemas se siente como una burla doble.
El problema de la posverdad con coleta
Lo que queda de fondo en este episodio es una tendencia cada vez más clara en la política: la era de la posverdad con coleta. No importa lo que digan los informes, los datos o la realidad palpable; lo importante es controlar el relato.
Si ayer nos decían que la ley del “sí es sí” era el avance feminista más importante del siglo y hoy resulta que liberó a cientos de agresores, mañana nos dirán que las pulseras eran infalibles aunque haya pruebas de lo contrario. Y pasado mañana, quién sabe, quizá se nos intente convencer de que la caída del Gobierno en las encuestas es en realidad “un síntoma de que la ciudadanía los apoya en silencio”.
Pablo Fernández, con su perfil de mosquetero en permanente campaña, se ha convertido en el mascarón de proa de esta estrategia. No importa que su credibilidad se desgaste; lo importante es mantener viva la épica.
Conclusión: cuando la espada se rompe contra los datos
El episodio de las pulseras defectuosas pasará a la historia como otro capítulo tragicómico de la política española. Por un lado, nos deja claro que el Ministerio de Igualdad de Irene Montero fue un campo de experimentos fallidos, maquillados con discursos grandilocuentes. Por otro, confirma que la estrategia de Podemos se basa en negar lo evidente y convertir cada crítica en un ataque ideológico.
Pero lo que más llama la atención es el papel de Pablo Fernández, ese Dartañán moderno que, espada en mano, se enfrenta no a los cardenales ni a los enemigos de palacio, sino a algo mucho más implacable: los hechos. Y como suele ocurrir, los hechos no entienden de discursos.
Quizá algún día alguien escriba una novela sobre estos años, y Pablo Fernández aparezca como un personaje entrañable, ese caballero que luchó hasta el final por defender a su reina Montero, aunque la espada fuera de plástico y la armadura estuviera hecha con cartón reciclado de las mociones de censura.
Mientras tanto, en la vida real, las víctimas siguen esperando un sistema que funcione de verdad. Y las pulseras, esas que “nunca fallaron”, siguen siendo un recordatorio incómodo de que en España a veces se prefiere tapar el barro con purpurina antes que limpiar el charco.
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