Podemos y el entorno abertzale justifican la paliza como un acto de autodefensa ideológica frente a la “prensa facha”
Pamplona / Madrid – Redacción Diario ASDF
El Gobierno de España ha decidido tomarse un día sabático en materia de libertad de prensa. El silencio institucional tras la agresión al periodista José Ismael Martínez, de El Español, en el campus de la Universidad de Navarra, ha sido tan sonoro que los propios ecos de la violencia han tenido más cobertura mediática que la condena oficial.
La agresión —perpetrada por un grupo de encapuchados durante un acto de Vito Quiles en Pamplona— ha reabierto un viejo debate nacional: si los antifascistas tienen derecho a aplicar la violencia preventiva contra todo aquel que consideren fascista, y si el Gobierno puede considerar “prudente” no decir nada, no vaya a ser que moleste a quienes sostienen su mayoría parlamentaria.
El silencio que suena a cálculo político
Fuentes del Ejecutivo, consultadas por el Diario ASDF en el aparcamiento de Moncloa, han declarado que “no es momento de dramatizar”, y que “hay que evitar echar leña al fuego”. Según ha podido saber este medio, la consigna interna en el PSOE ha sido clara: “Mejor no abrir la boca, no sea que los socios se enfaden y haya que votar solos los Presupuestos”.
La agresión ha sido condenada de forma transversal por asociaciones de prensa, sindicatos de periodistas y hasta por la cafetería de la Universidad de Navarra, que tuvo que cerrar media hora antes “por precaución”. Sin embargo, el Gobierno no ha emitido ninguna nota oficial. Ni un tuit, ni un comunicado, ni siquiera una llamada a El Español para decir aquello de “nos solidarizamos contigo, aunque nos caigas regular”.
En cambio, desde Ferraz se han escuchado mensajes internos llamando a la “mesura”. En el lenguaje político, “mesura” significa callarse mientras se evalúa cuántos escaños pueden perderse si uno se indigna demasiado por lo que hacen los aliados.
EH Bildu aplica el nuevo concepto de “autodefensa comunicativa”
Desde la órbita abertzale, el suceso ha sido reinterpretado con una naturalidad pasmosa. Varios portavoces locales de movimientos afines a EH Bildu —en declaraciones tan anónimas como previsibles— han señalado que la agresión “no fue tal”, sino una “respuesta colectiva al acoso mediático fascista”.
Según esta novedosa teoría jurídica, un periodista deja de ser civil si su línea editorial no coincide con la de los antifascistas del lugar. En ese caso, cualquier piedra lanzada pasa a ser considerada un argumento, y toda patada un gesto dialéctico.
En redes sociales, simpatizantes del entorno abertzale explicaron que el periodista “provocó” a los manifestantes con su sola presencia, lo cual abre un interesante precedente: quizá pronto los antifascistas puedan justificar sus ataques bajo el concepto de presencia intolerable.
Una portavoz de la izquierda radical universitaria explicó al Diario ASDF que “no se puede permitir que medios fascistas usen los espacios de convivencia para extender su odio”. Cuando se le preguntó si pegar a un periodista era un gesto de convivencia, respondió que “sí, pero pedagógico”.
Podemos redescubre la dialéctica de los golpes argumentales
En un tono de solidaridad teórica, desde Podemos no han querido condenar directamente la agresión, sino “contextualizarla”. Fuentes del partido morado explicaron que “hay que entender el hartazgo de la juventud antifascista ante el avance del fascismo mediático”, frase que en la práctica equivale a decir “no está bien lo que pasó, pero tampoco tan mal”.
Un diputado de Sumar —que pidió anonimato para no ser señalado como sensato— comentó en privado que “si el periodista hubiera sido de La Sexta, ya tendríamos un minuto de silencio en el Congreso y un documental en Netflix”.
En cambio, desde Podemos se ha defendido la actuación de los jóvenes abertzales como una “reacción desproporcionada pero legítima ante la provocación mediática”. Es decir, la violencia se condena, pero con matices. Siempre con matices.
El ala más radical de la coalición incluso ha propuesto crear un protocolo para “regular la libertad de prensa en espacios universitarios”, lo que traducido significa que los periodistas podrán informar libremente siempre que primero presenten su historial de tuits para ser evaluados por un comité de estudiantes antifascistas.
El Español, entre la indignación y la resignación
Desde el medio dirigido por Pedro J. Ramírez se ha exigido una condena “clara y firme” del Ejecutivo. Hasta el momento, solo han recibido una llamada perdida del Ministerio de Cultura y un mensaje automático del buzón de Moncloa indicando que “en estos momentos no podemos atender su llamada”.
El periodista agredido, José Ismael Martínez, declaró que “la agresión fue brutal e injustificada”, y que “me salvaron los policías, no los antifascistas que me gritaban libertad”. Según testigos, los encapuchados actuaron con una coordinación sorprendente, demostrando que la violencia política también puede tener eficiencia organizativa cuando hay ideología de por medio.
Fuentes del propio medio aseguran que el caso será llevado a los tribunales, aunque sin demasiadas esperanzas. La justicia española, como se sabe, es una máquina de precisión: tarda años en arrancar, pero cuando lo hace, a menudo ya no queda caso que juzgar.
Los socios preferentes y la geometría variable de la moral
El silencio gubernamental no solo obedece a la prudencia diplomática, sino también a un principio más profundo de la política moderna: la coherencia selectiva. Según este principio, los valores democráticos solo se activan cuando el agredido pertenece al bloque correcto.
Si el periodista hubiera sido de un medio afín al Gobierno, los ministros habrían tuiteado desde sus despachos con frases tipo “la libertad de prensa es sagrada”. Pero al tratarse de un reportero de El Español, el Ejecutivo ha optado por el elegante silencio.
Fuentes cercanas a la coalición admiten que condenar una agresión perpetrada por grupos vinculados a EH Bildu sería “inoportuno” en plena negociación presupuestaria. Es decir, hay que elegir entre libertad de prensa y estabilidad parlamentaria, y la balanza se inclina siempre hacia la segunda.
Mientras tanto, desde Navarra, el Gobierno Foral ha emitido una condena institucional genérica, de esas que no mencionan nombres para no ofender a nadie, donde se lamentan “los hechos sucedidos” y se reafirma “el compromiso con la convivencia”. En política, no hay forma más eficaz de no decir nada que redactar una condena con tres gerundios y cero sustantivos.
Antifascismo performativo: la nueva ortodoxia del golpe pedagógico
El fenómeno no es nuevo. Desde hace años, parte del movimiento antifascista ha descubierto que el monopolio moral del bien otorga licencia para casi todo. Lo que antes se resolvía con debates ahora se gestiona con adoquines.
La ironía es que estos nuevos cruzados de la pureza ideológica parecen haberse convertido en una caricatura de aquello que dicen combatir. Censuran, agreden, intimidan y justifican la violencia, pero siempre con el pretexto de estar protegiendo la libertad.
En redes sociales, varios perfiles vinculados a movimientos de izquierda radical celebraron el ataque con memes y lemas como “al fascismo ni un micro”. Otros justificaron los golpes como “una respuesta al discurso de odio”, frase que, en la práctica, permite considerar discurso de odio todo lo que uno no comparte.
La paradoja se resume así: los autodenominados antifascistas se comportan cada vez más como los fascistas que dicen combatir, pero sin darse cuenta. O peor aún, dándose perfecta cuenta.
Reacciones institucionales que no llegan
Mientras la Universidad de Navarra condenaba “los actos de violencia incompatibles con el diálogo y la convivencia”, el Ministerio del Interior guardaba un silencio administrativo que solo se rompe para contar los heridos y los detenidos. Cuatro policías lesionados, dos arrestos, ningún comunicado.
En La Moncloa, el portavoz gubernamental fue preguntado al día siguiente sobre el caso. Su respuesta fue un poema de la ambigüedad: “El Gobierno siempre condena la violencia venga de donde venga”. Traducido al lenguaje real, significa “no podemos decir de dónde vino porque vendría de donde no nos conviene”.
A estas alturas, nadie espera una comparecencia de la ministra portavoz ni una rueda de prensa del presidente. El caso, como tantos otros, se desvanecerá entre las actualizaciones del BOE y los vídeos de TikTok.
Reflexión final: cuando los antifascistas se miran al espejo
La agresión al periodista de El Español no es solo un episodio violento. Es el síntoma de una sociedad que ha confundido la libertad con la adhesión ideológica. Donde no basta con ser demócrata: hay que serlo en la dirección correcta.
El Gobierno calla para no molestar a los suyos, los antifascistas golpean para proteger la libertad, y los medios denuncian lo evidente mientras los partidos calculan el coste electoral de indignarse.
Tal vez el antifascismo, convertido en dogma, haya terminado devorando su sentido original. Y quizá los que más hablan de democracia sean los menos dispuestos a practicarla cuando el otro piensa distinto.
En esa confusión moral, donde los golpes se justifican como pedagogía y el silencio se disfraza de prudencia, se esconde la frase más incómoda de todas:
Al final, los mayores fascistas van a ser los propios antifascistas.
