Pablo Iglesias

La lucha contra la desinformación no es exclusiva de la derecha; nuevos datos muestran cómo los populistas de izquierda también alimentan la falsa información en redes sociales, poniendo en peligro la democracia.

En los últimos años, la preocupación por las noticias falsas o “bulos” se ha disparado a medida que las plataformas digitales se han convertido en el principal canal de comunicación. La política, lejos de mantenerse al margen, se ha visto profundamente afectada por la difusión de desinformación, especialmente en contextos electorales. En este contexto, un reciente estudio ha desvelado una sorprendente conclusión: los populismos de izquierda son los principales propagadores de noticias falsas, superando incluso a los populistas de derecha, quienes históricamente han sido los grandes villanos en este terreno. Este informe ha sido el centro de un acalorado debate, con voces críticas que afirman que el estudio obedece a intereses ideológicos y otros que celebran que, por fin, se reconozca este fenómeno.

Un giro inesperado

A lo largo de los últimos años, la idea de que los movimientos de extrema derecha son los mayores responsables de la propagación de noticias falsas ha estado bastante arraigada. De hecho, personalidades como Donald Trump, Jair Bolsonaro y Javier Milei han sido acusados de utilizar las redes sociales para difundir desinformación, tanto durante sus campañas como en el ejercicio de sus cargos públicos. Sin embargo, la investigación realizada por un equipo de expertos en política digital de varias universidades de Europa y América Latina ha desafiado esta narrativa. Según el estudio, que analizó los tuits y publicaciones de 8.198 parlamentarios en 26 países entre 2018 y 2024, los movimientos populistas de izquierda están a la cabeza en la creación y difusión de desinformación.

“El estudio no tiene precedentes. Hemos observado que, en varios países, los populistas de izquierda han logrado superar a la derecha en cuanto a la creación de contenido que distorsiona la realidad, e incluso en la difusión de teorías de conspiración que no tienen base factual alguna”, afirmó María Fernanda Rodríguez, una de las principales autoras del informe.

Lo más sorprendente es que la izquierda, históricamente asociada con la defensa de la verdad, la equidad y la justicia social, ahora se ve acusada de estar involucrada en un comportamiento que ha sido asociado principalmente con la ultraderecha: la fabricación y el esparcimiento de mentiras. Sin embargo, el estudio plantea que la motivación detrás de estos bulos no es tan distinta de la que mueve a otros actores políticos: el deseo de polarizar, movilizar y movilizar emocionalmente a las bases.

¿Por qué la izquierda también propaga desinformación?

El estudio profundiza en las dinámicas sociales y psicológicas detrás de la propagación de desinformación, lo que ayuda a entender por qué movimientos de izquierda pueden estar tan involucrados en la creación y difusión de bulos.

Uno de los principales factores es el fenómeno de la indignación social. De acuerdo con las conclusiones del informe, las publicaciones que generan emociones intensas, especialmente indignación, tienen más probabilidades de ser compartidas y vistas. La indignación moral es un potente motor de interacción en las redes sociales, y los populistas de izquierda han aprendido a utilizarla para reforzar su narrativa. La manipulación emocional es una herramienta poderosa, y cuando se utiliza para crear una sensación de crisis o amenaza social, el riesgo de difundir información errónea crece significativamente.

Un ejemplo de esto es la proliferación de noticias falsas relacionadas con el cambio climático, un tema clave para muchos movimientos de izquierda. Aunque es innegable que el cambio climático es un problema real y grave, algunos activistas de izquierda, en un intento por enfatizar la urgencia de la situación, han recurrido a noticias alarmistas y, en ocasiones, completamente falsas. Un análisis realizado en los tuits de parlamentarios de izquierda en España, por ejemplo, reveló que más del 35% de los mensajes compartidos sobre el cambio climático contenían datos distorsionados o teorías no verificadas.

La necesidad de movilizar rápidamente a la opinión pública ante situaciones de emergencia puede llevar a algunos líderes a no verificar rigurosamente la información que comparten, confiando en que el objetivo final –crear conciencia sobre un tema urgente– justifica el uso de datos poco fiables.

Las redes sociales: la mayor aliada de la desinformación

El papel de las redes sociales en la propagación de bulos no es nuevo, pero su papel se ha acentuado en la última década debido a la viralización instantánea de contenido y la falta de una regulación efectiva. Facebook, Twitter, Instagram y otras plataformas permiten que cualquier persona, desde políticos hasta ciudadanos comunes, pueda compartir información con un alcance global. Esta democratización de la comunicación, aunque positiva en muchos aspectos, también ha facilitado la propagación de mentiras a una velocidad sin precedentes.

El estudio subraya que las redes sociales amplifican las emociones extremas, lo que contribuye a la rápida difusión de noticias falsas. Los algoritmos que rigen estas plataformas están diseñados para priorizar contenido que genere reacciones fuertes, lo que incluye noticias sensacionalistas, alarmistas o polarizadoras. Los populistas de izquierda han aprendido a aprovechar este mecanismo, creando narrativas que, aunque frecuentemente carecen de fundamentos sólidos, logran capturar la atención y el interés de la audiencia.

“Los algoritmos no distinguen entre lo que es verdadero o falso, solo entre lo que genera más clics. Y las noticias falsas, por su naturaleza, tienden a generar muchas más interacciones emocionales que las noticias que simplemente informan”, explica Álvaro Sánchez, experto en políticas digitales y uno de los principales consultores del estudio.

Reacciones encontradas

El impacto de este estudio ha sido inmediato, provocando una reacción en cadena en el ámbito político. Mientras que los líderes de izquierda han rechazado rotundamente los resultados de la investigación, acusando a los autores de estar influenciados por intereses políticos de derecha, figuras de la derecha han aplaudido la evidencia de que los “rivales ideológicos” también son culpables de este fenómeno.

Una portavoz del Partido Comunista de España, cuando fue consultada sobre el tema, comentó que “es evidente que este estudio es un intento de deslegitimar el trabajo de los movimientos progresistas. Los populistas de izquierda son los que realmente luchan contra las injusticias sociales y el cambio climático, y no tienen tiempo para dedicarse a fabricar bulos”. No obstante, algunos analistas reconocen que el estudio no está exento de falencias, como la posible selección sesgada de datos o la interpretación errónea de ciertos patrones.

Desinformación y democracia

Uno de los aspectos más inquietantes de este estudio es la relación entre la desinformación y la salud democrática de un país. Según un informe de la Unión Europea sobre el impacto de las fake news, la propagación de mentiras puede minar la confianza de la población en las instituciones y deslegitimar procesos democráticos cruciales, como las elecciones. La desinformación es una herramienta poderosa para manipular a los votantes, ya que crea una realidad alternativa en la que los hechos y las evidencias son reemplazados por narrativas construidas para servir a intereses específicos.

Carlos Rullán, del Parlamento Europeo, ha manifestado que “la desinformación es una de las mayores amenazas para la democracia en la actualidad. Es fundamental que los ciudadanos aprendan a distinguir entre la verdad y la mentira, y que las plataformas de redes sociales asuman su responsabilidad en la lucha contra las noticias falsas”. De hecho, en A Coruña se celebró recientemente un taller de verificación de información dirigido a periodistas, donde se discutió cómo la propagación de bulos afecta la percepción pública y el funcionamiento de las democracias.

Conclusión: un fenómeno global y preocupante

La propagación de desinformación, impulsada tanto por la derecha como por la izquierda, es un fenómeno global que afecta profundamente la confianza pública en las instituciones y los procesos democráticos. Los populismos, en su afán por movilizar a sus bases y crear una sensación de urgencia, han recurrido a tácticas cuestionables para alcanzar sus fines, lo que incluye la difusión de bulos. Las redes sociales, por su parte, actúan como el caldo de cultivo perfecto para estas mentiras, amplificándolas a través de algoritmos que premian la emoción por encima de la verdad.

Es probable que este fenómeno continúe mientras no se logren encontrar soluciones efectivas tanto en el ámbito político como tecnológico. En última instancia, la alfabetización mediática y el desarrollo de herramientas de verificación de información serán esenciales para contrarrestar la propagación de desinformación y asegurar que las democracias puedan seguir funcionando de manera justa y transparente. El desafío está servido, y todos, tanto en la izquierda como en la derecha, deben tomar responsabilidad por el papel que juegan en la creación y difusión de noticias falsas.

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