💭 En ‘Filosofía de bolsillo’, @GarrochoS reflexiona sobre la trampa del bienestar en tiempos de consumo emocional.
Por Redacción Filosofía Wellness™
Madrid – En una era donde el brunch se ha convertido en sacramento, la meditación en app de suscripción y el gimnasio en nueva iglesia del alma, el ciudadano medio sigue sin saber ser feliz. Lo ha confirmado esta semana el Instituto Nacional de Felicidad Fingida (INFFI), que asegura que el número de personas que sonríen en selfies pero lloran en el baño ha alcanzado niveles récord.
Mientras las estanterías de las librerías colapsan bajo el peso de títulos como “Despierta tu unicornio interior”, “Tú puedes, aunque no tengas ganas” y “Finge que no te duele y medita”, el filósofo Santiago Garrocho se ha atrevido a alzar la voz con su columna “Filosofía de bolsillo”, que se ha convertido en un inesperado fenómeno viral entre quienes aún conservan la capacidad de leer más de dos párrafos sin buscar el móvil.
En su reflexión, Garrocho lanza una pregunta demoledora:
“¿Y si el bienestar emocional se ha convertido en un producto más? ¿Y si ser feliz es ahora una obligación performativa que se compra en cómodos plazos?”
La columna, publicada originalmente en una esquina de internet entre un anuncio de zumo detox y otro de retiros espirituales en Albacete, plantea que quizás estamos atrapados en una especie de Black Mirror emocional: nos han convencido de que la felicidad se puede medir, embotellar y optimizar como si fuera el WiFi de casa. Pero sigue habiendo días en los que no carga.
Museos de la felicidad: un fenómeno con audioguía
Entre los casos analizados por Garrocho destaca el reciente auge de los museos de la felicidad, espacios inmersivos donde los visitantes pueden abrazar osos de peluche gigantes, saltar en piscinas de bolas o hacer TikToks mientras una voz en off les recuerda que “todo está bien”. La entrada cuesta 18 euros, pero la experiencia promete “conectar con tu niño interior mientras tu adulto exterior paga el parking en zona azul”.
“Es como Disneyland, pero sin el ratón. Aquí el héroe eres tú, que has decidido invertir en tu alegría por decreto ley”, explica María de la Calma, directora del Museo de la Felicidad de Getafe, que en su vida personal sufre de insomnio, taquicardias leves y una adicción silenciosa a la Fanta de limón.
Gimnasios emocionales: sudor, culpa y dopamina
Otro frente en esta cruzada emocional son los gimnasios emocionales, centros que mezclan crossfit con coaching y spinning con gritos de “¡Tú puedes con todo, guerrero de luz!”. Allí, los usuarios pagan cuotas mensuales para canalizar sus traumas en forma de burpees.
“La infelicidad es grasa emocional acumulada”, explica un entrenador vital, mientras obliga a una señora de 62 años a repetir afirmaciones frente al espejo con mancuernas de cinco kilos: “Merezco amor, merezco éxito, merezco piernas tonificadas.”
El problema, según Garrocho, no es que estas prácticas estén mal, sino que hemos confundido herramientas con fines. Nos han dicho que hacer yoga es sinónimo de equilibrio interior, cuando a veces solo sirve para disimular que no queremos hablar de nuestros problemas. Nos han vendido que leer autoayuda nos empodera, cuando en realidad nos empuja a un bucle de autoexigencia felizista sin escapatoria.
Consumir emociones como quien compra aguacates
El filósofo denuncia que nos hemos convertido en consumidores emocionales, saltando de una experiencia a otra como quien salta entre aplicaciones de citas. Un retiro, un curso de respiración, una charla TEDx sobre vulnerabilidad con fondo de piano y, si nada funciona, siempre queda una story en blanco y negro con la frase: “A veces solo hay que soltar”.
“El bienestar se ha convertido en una competencia, como las dominadas. Y eso es agotador”, afirma Garrocho en su columna, que ya acumula más likes que meditaciones completadas en Calm.
La industria del bienestar, valorada en más de 4.000 millones de euros y con proyecciones de crecimiento hasta el 2030, ha respondido a la columna con una nota de prensa genérica y una oferta limitada en infusiones antiestrés. También han lanzado un nuevo servicio de suscripción mensual que incluye sonrisas forzadas, afirmaciones automáticas y una playlist con pajaritos grabados en Bali.
¿La revolución? Un café con un amigo (de verdad)
Garrocho propone una alternativa radical: volver a las cosas que no se pueden monetizar. Hablar con alguien sin mirar el reloj. Leer sin contar las páginas. Estar triste sin buscar un plan detox emocional.
“La felicidad no es un objetivo, es un intermedio. Y si de verdad la estás experimentando, probablemente no estás intentando grabarla”, concluye.
Mientras tanto, en un Starbucks del centro, una influencer suspira frente a su cámara mientras repite su mantra diario:
“Hoy elijo ser feliz… aunque Instagram me diga que debería serlo más”.
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