En un rincón de la selva amazónica, donde los tambores resuenan y el Wi-Fi escasea, hombres de todo el mundo están cambiando las cervezas y el fútbol por cánticos chamánicos y visiones de jaguares parlantes. ¿El objetivo? Desmontar esa masculinidad tóxica que lleva siglos dando problemas y que, por lo visto, no se cura con terapia tradicional ni con un par de libros de autoayuda.
La protagonista de esta cruzada es la ayahuasca, una bebida ancestral que no solo promete abrir los ojos del alma, sino también cerrar de un portazo la puerta al “machito interior”. “Yo vine aquí buscando paz interior y ahora entiendo que el problema era que siempre pedía bifes bien cocidos”, confiesa Gerardo, un ejecutivo de 42 años que asegura haber llorado lágrimas arcoíris mientras un búho espiritual le cantaba una cumbia sobre la igualdad de género.
El fenómeno no es casualidad. Los retiros de ayahuasca han mutado en talleres express para deconstruir la masculinidad, un concepto que a muchos les suena tan misterioso como la letra de un reguetón en japonés. “Antes pensaba que la vulnerabilidad era para débiles, pero ahora abrazo árboles y a mis amigos con la misma intensidad”, dice Javier, un diseñador gráfico que tras su experiencia ahora recalienta su café en un hornillo solar y responde todos sus correos con un “Namasté”.
Los chamanes, que antes se especializaban en expulsar demonios y conectar a la gente con la Pachamama, han adaptado su discurso a las necesidades modernas. “La masculinidad tóxica es como un espíritu terco que solo se va con cuatro dosis de ayahuasca y un buen par de charlas de madrugada”, asegura don Evaristo, un chamán que recientemente ha incluido talleres de yoga y mediación de conflictos con figuras paternas en sus servicios.
Pero no todo es paz y amor. Algunos críticos aseguran que este “boom espiritual” huele más a marketing que a purificación. “Lo que pasa es que les venden el pack completo: el viaje chamánico, el detox emocional y una camiseta de algodón orgánico que dice ‘Los jaguares no lloran, pero yo sí’”, se queja un sociólogo escéptico.
¿Cambiará la ayahuasca a todos los hombres? Solo el tiempo (y tal vez el siguiente jaguar parlante) lo dirá. Mientras tanto, al menos sabemos que un puñado de ellos volverá a casa siendo más conscientes, más sensibles y, probablemente, más fans de la meditación guiada. Namasté, muchachos.