Valencia, esa ciudad donde las naranjas saben mejor que en los anuncios de zumo y donde cada vez es más caro encontrar un sitio para vivir que no te obligue a vender un riñón en Wallapop, acaba de recibir la última revolución del mercado inmobiliario. Una innovación que, según las promotoras, va a cambiar para siempre nuestra manera de entender el hogar. Se trata de las llamadas “residencias de habitación única con espacios comunes compartidos”, que no es otra cosa que el piso compartido de toda la vida, pero con un logo minimalista, marketing en inglés y un alquiler que ronda lo mismo que un ático en Manhattan.
Sí, amigos. Lo que antes era una solución desesperada de estudiantes Erasmus con tres tuppers de pasta boloñesa en la nevera, ahora se ha convertido en un producto inmobiliario “premium”.
El invento del siglo: ponerle nombre inglés a lo cutre
Las promotoras no han escatimado en recursos para darle un aire innovador al asunto. Nada de llamarlo “piso compartido”, que suena a cartel escrito con rotulador Bic en la universidad:
- Ahora se llaman “Co-Living Spaces”.
- El salón es un “Community Lounge”.
- La cocina, que tiene tres fuegos mal contados, es un “Social Hub”.
- Y el tendedero donde se acumulan diez toallas húmedas se ha bautizado como “Open Air Drying Experience”.
El truco es sencillo: coges lo de siempre, lo traduces al inglés, le pones fotos de veinteañeros con gafas redondas y MacBook en la mesa, y ¡pum!, innovación.
Los jóvenes que antes se quejaban porque su compañero de piso se comía el fiambre ahora podrán pagar el triple y quejarse de lo mismo, pero con la satisfacción de saber que forman parte de una “comunidad”.
¿Qué incluye esta maravilla?
Los responsables del proyecto han explicado las características principales de este modelo de vivienda:
- Habitaciones de 9 m², tamaño perfecto para una cama, una silla plegable y tus ilusiones rotas.
- Baños compartidos con un diseño que promete “romper las barreras de lo privado”. Es decir, volver a discutir a las siete de la mañana quién lleva veinte minutos duchándose.
- Una cocina comunitaria que, según el folleto, “fomenta la colaboración”. Lo que en realidad significa aprender a identificar qué tuppers no son tuyos antes de comer.
- Salas de estar polivalentes: lo mismo sirven para una reunión telemática que para una discusión sobre quién se ha dejado la luz encendida.
- Y como guinda, un grupo de WhatsApp obligatorio, porque sin eso no hay experiencia compartida que valga.
El precio de esta experiencia “nueva y revolucionaria” oscila entre 750 y 1.200 euros al mes, dependiendo de si quieres ventana o prefieres la modalidad “cueva introspectiva sin luz natural”.
La estrategia de marketing
El folleto promocional es una joya. “Descubre una nueva forma de vivir en comunidad, donde la privacidad se encuentra con la colaboración y el diseño sostenible se fusiona con el espíritu joven de Valencia”.
Traducido al castellano normal: “Vas a pagar un pastón por compartir baño con un desconocido que deja pelos en el lavabo, pero oye, al menos la pared es color pastel y el wifi va rápido”.
Además, las promotoras venden la idea de que este modelo “fomenta la creación de vínculos sociales”. Claro, porque nada une más que discutir quién ha dejado la sartén pegajosa o descubrir que tu vecino toca la guitarra flamenca todos los días a las tres de la mañana.
La opinión de los expertos
El Colegio Oficial de Arquitectos de Valencia ya ha dado su veredicto:
- “Es exactamente lo mismo que teníamos hace veinte años, pero más caro y con más powerpoints”.
- “La verdadera innovación es que ahora lo llaman modelo residencial en vez de apaño desesperado”.
Incluso un sociólogo ha aportado su punto de vista:
- “Lo que antes era precariedad ahora es networking”.
- “Lo que antes era hacinamiento ahora es comunidad”.
En resumen: lo que antes daba vergüenza enseñar a tus padres, ahora se sube a Instagram con filtro beige y hashtag #NewLivingExperience.
Testimonios de los primeros inquilinos
Algunos pioneros ya se han instalado en estas viviendas experimentales. Sus testimonios no tienen desperdicio:
- Claudia, 27 años, consultora digital:
“Me mudé aquí porque quería vivir sola, pero no me alcanzaba. Ahora pago más, vivo con cinco desconocidos y me peleo por el horno. Pero lo importante es que en mi Instagram parece que vivo en Nueva York”. - Raúl, 32 años, diseñador gráfico:
“Es increíble la conexión humana que se genera cuando compartes un baño con seis personas. Ayer conocí íntimamente a mi vecino mientras me cepillaba los dientes y él estaba… bueno, en otra actividad”. - Marta, 24 años, estudiante de máster:
“Lo que más me gusta es que tenemos un grupo de WhatsApp en el que alguien siempre pregunta si puede usar la Thermomix. Nunca nadie responde. Eso crea una tensión social muy interesante”.
Comparación con el pasado
En los años 90, los estudiantes y jóvenes trabajadores también compartían pisos. La diferencia era que pagaban 200 euros al mes, el casero no sabía lo que era Airbnb, y la decoración consistía en un póster de “Trainspotting” mal pegado.
Hoy, con el nuevo modelo, la decoración viene de catálogo escandinavo, las camas tienen nombre sueco impronunciable y el alquiler es tan alto que da vértigo. Pero claro, ahora todo es más “cool”.
Los políticos opinan
Como no podía faltar, el asunto ya ha llegado a la arena política.
- Desde el Ayuntamiento celebran el modelo porque “fomenta la vida en comunidad y da respuesta a la demanda juvenil”.
- Desde la oposición lo tachan de “timo descarado que convierte la precariedad en negocio”.
- Y desde Europa probablemente lo incluyan como “ejemplo de innovación social mediterránea”, porque a Bruselas le encanta cualquier cosa que lleve la palabra co.
El futuro del modelo
Los promotores no descartan exportar el modelo a otras ciudades españolas. Próximamente podría llegar a Madrid, Barcelona o incluso Cuenca. Y ojo, que ya están pensando en su evolución:
- Co-Sleeping Spaces: habitaciones compartidas con literas, como un campamento de verano, pero a 900 euros al mes.
- Co-Breathing Experience: espacios donde directamente compartes el aire con tus compañeros, porque las ventanas no se abren.
- Co-Crying Rooms: salas comunitarias donde desahogarte después de ver el recibo del alquiler.
Reflexión final
El piso compartido, ese invento universal de los jóvenes sin dinero, ha pasado por la misma transformación que el café de toda la vida:
- Antes era un cortado en el bar de la esquina.
- Ahora es un latte macchiato con espuma de avena orgánica que cuesta cinco veces más.
Lo mismo ocurre con la vivienda:
- Antes era precariedad.
- Hoy es tendencia.
El futuro de la vivienda en Valencia ya está aquí, aunque huela un poco a fritanga compartida y a detergente barato. Pero eso sí: todo con un hashtag molón, un marketing en inglés y el triple de precio.
Porque si algo hemos aprendido es que en el mercado inmobiliario español no importa lo que compres: lo importante es que parezca una experiencia vital.
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