Pablo Batalla

Triunfar sin convencimiento: la nueva moda de los triunfadores modernos (y cómo puede acabar en desastre)


En un universo paralelo donde el sentido común se ha ido de vacaciones y la lógica toma el primer vuelo hacia Marte, se nos presenta una idea tan brillante que podría ser el lema de cualquier dictador principiante: “No importa si convencemos o no, mientras venzamos”. Es, sin duda, la estrategia perfecta para los que buscan el amor a punta de espada.

Primero, pensemos en la política, ese hermoso circo donde los clowns se disfrazan de líderes. Aquí, la victoria no se trata de convencer a la gente de que tus ideas son mejores; se trata de tener un megáfono más grande o, mejor aún, de saber manipular el sistema electoral con la maestría de un mago en su mejor truco. ¿Quién necesita el consenso cuando puedes ganar por el simple acto de esconder todas las papeletas de voto de tu oponente?

En el mundo de los negocios, esta filosofía es oro puro. ¿Por qué molestarse en hacer un producto que realmente funcione o sea deseado por el consumidor cuando puedes simplemente inundar el mercado con publicidad? ¡Apple no convenció a nadie de que sus productos eran necesarios; simplemente los hizo indispensables por medio de un hechizo de marketing que ni Harry Potter podría descifrar!

Y qué decir de los conflictos. Ah, la guerra, ese deporte donde los generales no necesitan convencer a nadie de la justicia de su causa; solo necesitan más y mejores armas. “No importa si no estamos de acuerdo, mientras te derrote en el campo de batalla”, parece ser el nuevo mantra de la diplomacia moderna. ¿Quién necesita la paz mundial cuando puedes tener una victoria pírrica?

Pero, claro, hay un pequeño detalle que quizás se nos escapa en esta gloriosa estrategia. Ganar sin convencer es como ser el rey de un imperio de arena; se ve impresionante hasta que llega la marea de la realidad. Sin apoyo o legitimidad, tu victoria es tan efímera como una estrella fugaz, linda de ver pero desaparecida antes de que puedas pedir un deseo.

Así que, en esta sátira de lo que podría ser una estrategia de éxito, recordemos que ganar sin persuadir es como intentar bailar salsa en un campo minado. Puedes moverte un poco, pero al final, el riesgo de volar en pedazos es bastante alto. En este mundo surrealista donde la victoria se mide en aplausos o en silencio forzado, tal vez, solo tal vez, deberíamos reconsiderar si realmente queremos ser los campeones de un juego donde nadie más quiere jugar.

En conclusión, si vamos a seguir esta brillante filosofía de “venza sin convencer”, asegúrense de tener un plan para cuando el castillo de naipes caiga. Porque, amigos, en el arte de ganar sin persuadidos, el único seguro es que la risa será la última palabra.

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