España, país de contrastes, de sobremesas eternas, de bares que no cierran ni en Semana Santa y de debates sobre si la tortilla lleva cebolla o no, vive un fenómeno político digno de estudio científico. El auge de la ultraderecha. Sí, eso que en los telediarios aparece con música dramática y gráficos rojos. Pero, como en España todo tiene explicación aunque no la tenga, los expertos han comenzado a buscar razones detrás de este fenómeno. Y lo han hecho con un rigor científico tan cuestionable como el horóscopo de la revista Pronto.
Al parecer, la culpa no es de la crisis, de la corrupción, ni de la falta de vivienda. No. La raíz de todo este asunto, aseguran los nuevos “politólogos de bar”, es mucho más absurda y divertida.
1. El reguetón como semilla del extremismo
Hay estudios —o al menos hilos de Twitter con faltas de ortografía— que aseguran que escuchar reguetón a todo volumen durante años reblandece ciertas partes del cerebro. Y en ese estado de debilidad mental, claro, la ultraderecha aprovecha para meter sus ideas.
“Gasolina”, “Dákiti”, “Prrrum”… son en realidad cánticos en clave subliminal que prepararon a una generación entera para votar en contra de su propio bienestar. Bad Bunny sería, sin saberlo, el primer ideólogo de la reacción política. Daddy Yankee, un precursor del discurso duro contra los impuestos. Y Don Omar, pues un ministro en la sombra.
La izquierda, en cambio, sigue confiando en que la flauta de Hamelín sea el indie español. Pero claro, por cada tres fans de Vetusta Morla hay 15 chavales que creen que “Perreo intenso” es un programa de gobierno.
2. El trauma de la paella mixta
La paella, orgullo valenciano, símbolo de unidad nacional y excusa para beber cerveza a las 12 de la mañana, ha sido traicionada. Durante años se ha cometido el crimen de añadirle chorizo, salchichas o incluso ketchup. Y esto, según algunos sociólogos con demasiado tiempo libre, habría sembrado la semilla de la radicalización.
Quien acepta una paella con guisantes está a un paso de aceptar que los problemas de España se solucionan gritando en un mitin con una bandera de 3×2 metros. Es un proceso natural: primero renuncias a la tradición gastronómica, luego al sentido común.
De hecho, hay bares en los que se ha comprobado que el menú del día con paella mixta coincide, sospechosamente, con mesas llenas de votantes ultras. Pura ciencia.
3. Influencers de YouTube y el algoritmo fascista
¿Quién necesita leer a Ortega y Gasset cuando puedes ver a un chaval de 19 años en YouTube explicarte la historia de España en 15 minutos con una espada colgada detrás? El algoritmo lo sabe. Y sabe que, tras un vídeo de gatitos, lo siguiente que quieres ver es “La Reconquista explicada con muñecos de Playmobil”.
Así, poco a poco, el votante medio pasa de ver recetas de bizcocho de yogur a compartir memes de Franco en un grupo de WhatsApp. Todo gracias a un algoritmo entrenado en Silicon Valley que, como experimento secreto, decidió radicalizar españoles en vez de venderles zapatillas.
4. La extinción del cajero automático humano
¿Recuerdan cuando uno iba al banco y había una señora con gafas que te decía: “saca número, cariño”? Eso se acabó. Ahora todo son máquinas que no entienden tu acento y que te escupen el recibo arrugado. Esta deshumanización, dicen los expertos, genera frustración social.
Frustración que se canaliza en las urnas: si la máquina no te entiende, tampoco te entiende el sistema. Y si el sistema no te entiende, pues votas a quien grite más fuerte. Es simple psicología de bar: “no me funciona el cajero, así que a lo mejor el problema es la inmigración”.
5. La tortilla sin cebolla como ideología política
El eterno debate nacional: ¿con cebolla o sin cebolla? Pues bien, resulta que la ultraderecha ha sabido apropiarse de este conflicto culinario. El votante radical suele preferir la tortilla sin cebolla, porque la considera “pura, limpia, sin adornos innecesarios”.
Mientras tanto, la izquierda insiste en que la cebolla aporta diversidad, complejidad y riqueza al plato. El centro político, como siempre, se queda en tierra de nadie, apoyando la tortilla deconstruida que cuesta 17 euros en un restaurante de Malasaña.
Lo que comenzó como un debate gastronómico, hoy es un eje ideológico. La política española se resume en un huevo batido.
6. Los grupos de WhatsApp de padres del colegio
Hay dos sitios donde más rápido se difunden ideas ultras: los foros de internet de los años 2000 y los grupos de WhatsApp de padres del colegio en 2025.
Todo empieza con un aviso sobre una excursión al zoo, continúa con un “pásalo” sobre vacunas y acaba con la abuela de alguien compartiendo memes de “España se rompe”. Para cuando te das cuenta, la reunión de padres del AMPA se parece sospechosamente a un mitin en Vistalegre.
7. El trauma colectivo del “Un, dos, tres”
España aún no ha superado la cancelación de “Un, dos, tres… responda otra vez”. Aquel programa enseñó a varias generaciones que lo importante no era el conocimiento, sino saber gritar más rápido que el rival.
Hoy, los mismos que de niños se emocionaban con la calabaza Ruperta son los que piensan que un eslogan político es suficiente para gobernar un país. La teleeducación, amigos, siempre deja huella.
Conclusión: España, país surrealista por excelencia
El auge de la ultraderecha en España no se debe a la crisis económica, a la precariedad o a la falta de vivienda. No. La auténtica causa es el reguetón, la paella mixta, YouTube, los cajeros automáticos, la tortilla sin cebolla, los grupos de WhatsApp y la nostalgia televisiva.
Así lo demuestran los “estudios” que nadie ha visto y los tertulianos que aparecen más horas en pantalla que el sol en julio.
En realidad, lo que nos pasa a los españoles es lo de siempre: nos encanta discutir de todo menos de lo importante. Y mientras tanto, los que gritan más fuerte se llevan el gato al agua. O mejor dicho, al Congreso.