Cuando llega el momento de ir a votar, ahí ya se os pasa la revolución. ¿Es que pensáis que el fascismo se combate solo a base de postureo y broncas?
En una de esas tardes que parecen sacadas de una película distópica de bajo presupuesto, el exlíder de Podemos, Pablo Iglesias, decidió tomar el toro por los cuernos —y la caña por el asa— al convocar a sus fieles seguidores en su taberna de referencia para “resistir al fascismo”. No quedaba claro qué tipo de resistencia se iba a organizar exactamente, pero la convocatoria incluía cerveza artesanal y una playlist de Silvio Rodríguez, lo cual bastó para movilizar a una multitud.
La escena era surrealista. Desde hipsters con camisetas de Karl Marx hasta jubilados que portaban pancartas hechas a mano con mensajes como “El fascismo no pasará… ¿pero podemos irnos antes de las diez que mañana trabajo?”. Todos habían acudido a la llamada de Iglesias, quien, micrófono en mano y con su característica coleta agitándose como una bandera de resistencia, se dirigió al público.
“Gracias por venir, de verdad,” comenzó Iglesias, mientras sorbía de una caña. “Es emocionante ver a tanta gente comprometida con la lucha. Pero, ¡joder!, ya podríais haber mostrado el mismo entusiasmo para ir a votar a Podemos en las últimas elecciones como habéis mostrado para venir aquí hoy. ¡Cabrones!”
La multitud estalló en risas y aplausos, aunque en algunos rostros se dibujó un atisbo de incomodidad. Iglesias no dejó pasar la oportunidad de redoblar su mensaje:
“A ver, que parece que para meteros en cualquier pelea os sobra el entusiasmo. Que si discutir en Twitter, que si gritarle al del Vox en la mesa de al lado, que si montar grupos de WhatsApp para “escrachear” a alguien. Pero, cuando llega el momento de ir a votar, ahí ya se os pasa la revolución. ¿Es que pensáis que el fascismo se combate solo a base de postureo y broncas?”
Algunos asistentes comenzaron a mirar al suelo, mientras otros levantaban tímidamente sus jarras de cerveza como si eso pudiera redimirlos. Iglesias continuó:
“Entiendo que un domingo levantarse temprano para votar cuesta. Que si resaca, que si el partido de fútbol, que si el brunch con tostadas de aguacate… Pero, ¿no pensáis que quizás el esfuerzo valdría la pena? Porque si somos tan buenos para llenar tabernas y vaciar neveras, también podríamos llenar urnas de votos, ¿no os parece?”
La charla continuó con anécdotas sobre cómo había combatido personalmente al fascismo —según él, principalmente bloqueando trolls en redes sociales y compartiendo artículos de The Guardian—. También hubo tiempo para repartir folletos con propuestas para resistir, que incluían desde “reducir el consumo de plástico” hasta “aprender a cocinar lentejas como las de la abuela”, algo que, al parecer, también forma parte de la revolución.
“Esto no es solo una lucha política, es una lucha cultural,” proclamó Iglesias mientras sonaban los acordes de “La Internacional” de fondo. “Si ellos tienen discursos de odio, nosotros tenemos karaoke solidario. Pero, recordad, sin acción política, todo esto es solo un teatro. Y, sinceramente, me aburre hacer monólogos para gente que luego se queda en casa.”
Al final de la jornada, tras los aplausos y un brindis colectivo por la democracia, Iglesias prometió que seguiría al pie del cañón —literal y metafóricamente—, incluso si eso significaba abrir la taberna todos los viernes para organizar lo que llamó “Asambleas Cerveceras de Resistencia”. La multitud se disolvió entre abrazos, selfies y promesas de “volver a votar, pero solo si ponen urnas en los bares”.
Una jornada épica para la historia, o al menos para el Instagram de algunos asistentes.