Pablo Iglesias

Columna de opinión para el Diario ASDF

Hay trayectorias políticas que se estudian en los manuales de ciencia política, otras que se analizan en los documentales de La 2, y luego está la de Pablo Iglesias, que algún día se estudiará en los talleres de “Gestión emocional para influencers” de cualquier universidad pública que necesite rellenar créditos. Porque uno puede dejar de ser vicepresidente, uno puede abandonar su escaño, uno puede retirarse de la política institucional y prometer una vida tranquila. Lo que es más difícil, al parecer, es dejar de comportarse como si cada tuit ajeno fuera un ataque a la soberanía popular que solo él puede neutralizar.

La última hazaña del exdirigente morado lo confirma: Iglesias ha decidido reconvertirse oficialmente en el Matón Digital en Jefe, una especie de sheriff de Twitter con coleta y dedo señalador, dispuesto a exhibir en escaparate a cualquier ciudadano que ose escribirle algo más picante que un saludo cordial. Lo que en cualquier país normal sería una pataleta de martes por la tarde, en España se ha convertido en un editorial de su panfleto digital, Diario Red, acompañado del ritual habitual: señalamiento, nombre completo, foto, profesión y un relato épico en el que él mismo se presenta como un resistente antifascista enfrentado a un enemigo imaginario que, curiosamente, siempre es alguien con menos seguidores que él.

La escena es perfectamente española. Un tuitero, peluquero de Telde, un señor que seguramente pasa más tiempo peinando a la gente que pensando en conspiraciones, osó escribirle a Iglesias:
“Como dijo Macarena Olona, te faltan huevos”.

Algo que, en términos de Twitter, pertenece al rango bajo de la agresividad habitual: por debajo de “facha” y “rata comunista”, pero por encima de “buenos días”.

Y ahí, en ese insulto cotidiano, el ciudadano medio ve un comentario desagradable. Pero Pablo Iglesias ve una amenaza estructural contra la democracia española. De modo que activa el protocolo: redactores de Diario Red escriben una pieza inflada, Iglesias la comparte con tono de justiciero, y al final del proceso el peluquero de Telde se convierte en el nuevo enemigo del Estado.

Todo esto nace del siguiente tuit del propio Iglesias, publicado con la gravedad digna de un parte militar:

**“Ningún ultra sin desenmascarar 👇🏻

⚫️💇🏻‍♂️ Silverio Rodríguez: el peluquero ultraderechista de Telde que defiende a Jupol e insulta a Pablo Iglesias

‘Como dijo Macarena Olona, te faltan huevos’, ‘eres un cáncer para España’”**

Si uno lee esto sin contexto piensa que Iglesias ha descubierto una célula clandestina, un grupo paramilitar o al menos un funcionario de ventanilla particularmente antipático. Pero no. Se trata de Silverio, peluquero. Persona real. Con DNI, local, tinte y tijeras.
Y a partir de ahí se desata un universo paralelo en el que Iglesias se convierte en un héroe de Marvel cuyo superpoder consiste en doxear a gente que le cae mal.


Cuando se deja el Gobierno pero no se deja el personaje

A Pablo Iglesias hay que reconocerle una cosa: nunca defrauda en coherencia narrativa. El personaje que se construyó hace años —el guerrero del pueblo, acosado por las cloacas, incomprendido, rodeado de enemigos reales e imaginarios— sigue vigente. Lo único que ha cambiado es el presupuesto que gestiona: antes era el del Estado, ahora es el de su canal de YouTube.

Pero esa épica de “estoy rodeado y debo defenderme” tiene un pequeño problema: a veces el enemigo es simplemente un peluquero que ha tenido una tarde tonta. Y ahí es donde la cosa empieza a ser parte de un género nuevo: la tragicomedia política.

Porque entre todas las batallas culturales del país, nadie imaginó que una acabaría teniendo como protagonistas a un exvicepresidente del Gobierno y a Silverio, de Peluquería Rodríguez. Y sin embargo aquí estamos, asistiendo al espectáculo de un hombre que dirigió la cuarta economía de la UE y que ahora dedica horas a escarbar perfiles de Twitter para exponerlos ante sus seguidores.

Es imposible no ver lo grotesco. Incluso para los estándares españoles, que son bastante flexibles.


La liturgia del señalamiento

Para comprender la magnitud del fenómeno, hay que repasar el proceso que sigue Iglesias cada vez que se siente ofendido. Un proceso que, si se repitiese en cualquier despacho de secundaria, sería motivo de expulsión:

  1. Un ciudadano cualquiera lo critica o se burla de él.
    Nivel: conversación de bar.
  2. Iglesias detecta la afrenta.
    El algoritmo interno de ofensas, calibrado a la sensibilidad de una polilla mojada, salta.
  3. Equipo de Diario Red investiga al usuario.
    Nombre, apellidos, profesión, pueblo, gustos musicales si hiciera falta.
  4. Publicación del “reportaje”.
    Texto grave, vocabulario bélico, insinuaciones de ultraderecha y amenaza social.
  5. Iglesias lo comparte diciendo “ningún ultra sin desenmascarar”.
    Aquí el peluquero adopta oficialmente el rol de villano.
  6. Oleada de seguidores señalando y acosando al ciudadano.
    Clásico.
  7. Iglesias se siente satisfecho.
    El orden moral se ha restaurado y la revolución avanza.

Esto no es un análisis político: es un capítulo de Black Mirror escrito por un community manager enfadado.


¿Doxeo o periodismo de investigación?

El fenómeno sería ridículo si no fuera por la insistencia con la que se repite. Iglesias lo llama “desenmascarar ultras”. Sus seguidores lo llaman “informar”. Sus críticos lo llaman “doxeo”. Y el 99% de España lo llama “vergüenza ajena”.

Porque uno podría entender que existiera un interés público en señalar a una organización neonazi peligrosa. Pero el interés público en señalar a Silverio, peluquero, es más discutible.

¿Hay peligro inminente?
¿Está Silverio organizando un golpe de Estado con secadores industriales?
¿Ha fundado una organización clandestina llamada Peluqueros por la Reconquista?
¿Empuña la laca como arma ideológica?

Nada de eso. Pero en el universo de Iglesias, todo aquel que no lo adore públicamente es potencialmente un fascista operativo. Y claro, eso genera contenido para su medio, que necesita visitas, clics y suscripciones.


El nuevo oficio: Víctima Profesional

Hay que reconocer que Iglesias ha encontrado un nicho laboral extraordinario. Mientras la mayoría de españoles se esfuerza por trabajar, pagar facturas y sobrevivir al alquiler, el exvicepresidente se ha especializado en una profesión moderna: ser víctima a tiempo completo.

En este oficio, cada tuit es una oportunidad, cada comentario crítico es un ataque, cada persona normal es un enemigo. Es un modelo basado en tres pilares:

  • Yo soy el bueno.
  • Ellos son los malos.
  • No importa quiénes sean ellos: siempre lo serán.

Uno podría pensar que habiendo salido del Gobierno, habiendo abandonado cargos, habiendo supuestamente renunciado a la vida pública, Iglesias encontraría una cierta paz. Pero no. La guerra continúa, solo que ahora en formato digital y con enemigos aleatorios.

Y es aquí donde aparece el aspecto más cómico del asunto: la absoluta desproporción.
De un lado, un exlíder que ha escrito libros, dado conferencias, dirigido un partido y formado parte del Gobierno.
Del otro, Silverio, peluquero.

Un duelo digno de una novela de García Márquez, pero sin realismo mágico y con demasiados emojis.


La épica de la peluquería

En honor a la verdad, hay que preguntarse: ¿qué sentiría Silverio al verse convertido en tendencia nacional por obra y gracia de un exvicepresidente? ¿Reír? ¿Llorar? ¿Cambiar el nombre del local a “Peluquería Ultra”?

Quizá debería aprovechar la oportunidad comercial:
“Cortes antifascistas a 10€. Tintes republicanos a 12€. Mechas rojas de resistencia a 15€.”

Porque, siendo sinceros, salir en Diario Red es hoy equivalente a aparecer en un episodio de Aquí no hay quien viva: no te da prestigio, pero te da anécdota.

Lo más probable es que Silverio, después de recibir la avalancha de atención no solicitada, haya dicho la frase más española del mundo:
“Pero qué hace este hombre metiéndose conmigo, si yo solo puse un tuit.”

Y ahí está la tragedia: en que la política española ha llegado al punto en que una persona anónima no puede escribir una frase tonta sin arriesgarse a terminar en un artículo redactado por un ejército de becarios enfadados.


El poder, aunque se deje, nunca se suelta del todo

El caso Silverio es solo el ejemplo más reciente, pero refleja algo más profundo: Iglesias no acepta haber pasado al segundo plano. No lo lleva bien. Y hace lo que puede para seguir en el centro: si no puede estar en primera línea institucional, estará en primera línea digital, aunque eso implique convertir Twitter en un patio de colegio y convertir a ciudadanos aleatorios en personajes de su cruzada infinita.

Así, el exvicepresidente vive hoy en una paradoja fascinante:
es influencer, pero quiere ser estadista;
es opinador, pero quiere ser mártir;
es periodista, pero actúa como vigilante;
y sobre todo, es víctima, pero se comporta como verdugo.


Un país pendiente de los egos

La moraleja, como siempre, es que España es un país que permite estas historias. Aquí el telediario puede abrir con un peluquero y un exvicepresidente sin que nadie se inmute. Aquí la épica política se cruza con la comedia cotidiana sin pedir permiso.

El problema no es Iglesias —él hace su papel, como siempre— sino el país que le sigue el juego. Un país donde los políticos se comportan como youtubers, los youtubers como periodistas, los periodistas como fans, y los fans como inquisidores.

La línea entre lo serio y lo ridículo es tan fina que a veces se confunden. Y, en medio, queda el ciudadano normal, que no sabe si reír, llorar o cambiarse de plataforma.


Conclusión: del Gobierno al linchamiento por hobby

Pablo Iglesias fue vicepresidente. Gobernó. Tomó decisiones importantes. Y sin embargo, el legado que parece más empeñado en construir es otro: el del matón digital. El del hombre que no acepta una crítica sin posterior represalia pública. El del político que cambió las ruedas de prensa por los hilos de Twitter y el BOE por una lista de enemigos imaginarios.

Quizá en su cabeza todo esto forme parte de una épica moral. Pero desde fuera, lo que se ve es más simple: un adulto con poder mediático dedicado a hostigar a personas que, en la mayoría de casos, ni siquiera saben cómo han acabado en su radar.

Silverio será solo una anécdota más, pero su historia resume el estado de la política española actual: una mezcla perfecta de exceso, drama, comedia involuntaria y redes sociales descontroladas.
Un país donde cualquiera puede ser héroe o villano según quién tuitee primero.

Y donde los exvicepresidentes, en lugar de asumir su retiro con dignidad, prefieren seguir buscando ultras debajo de cada piedra, aunque la piedra esté en Telde y lleve bata blanca de peluquería.

Porque, al final, para algunos el poder se pierde.
Pero el ego, nunca.

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~ Atribuida a un anónimo lector del Diario ASDF, siglo XIV.

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