En un giro inesperado de la política española —que ya de por sí parecía un culebrón turco escrito por guionistas con insomnio—, Podemos y Junts han decidido declararse la guerra total. No hablamos de una disputa dialéctica ni de un intercambio de tweets pasivo-agresivos. No. Hablamos de guerra política con toda la parafernalia: misiles dialécticos, tanques de declaraciones incendiarias y trincheras de ruedas de prensa en pasillos del Congreso. Y en medio de todo este apocalipsis político, aparece la figura de Pedro Sánchez, convertido sin quererlo en el rehén oficial de sus socios: “váyanse un poquito a la mierda”, soltó con una media sonrisa que ocultaba un suspiro de resignación y tres litros de tila.
Un triángulo amoroso sin amor
El conflicto nació, según los cronistas parlamentarios, de un desencuentro tan absurdo como inevitable. Podemos, aún resentidos porque la Moncloa les cambió por Sumar, decidió que la mejor estrategia era incendiar cualquier iniciativa gubernamental. Junts, por su parte, vive en una lógica propia: si no arrancan algo a cambio de sus votos, sienten que han perdido el día. En medio, Sánchez, que ha desarrollado la habilidad de asentir y negar al mismo tiempo, se vio atrapado entre dos bandos que compiten por el campeonato de “quién hace más imposible la legislatura”.
Podemos acusa a Junts de ser “la muleta reaccionaria del PSOE”. Junts responde llamándolos “hippies ministeriales sin ministerios”. Y en ese ir y venir, el presidente se ha quedado sin oxígeno, rodeado de socios que lo utilizan como pelota en un partido de fútbol sin árbitro.
El día que Sánchez explotó
La gota que colmó el vaso llegó durante una reunión secreta —aunque retransmitida en directo por error gracias a un micro abierto—. Sánchez, después de escuchar 47 minutos de reproches simultáneos de Irene Montero (que hablaba desde un altavoz Bluetooth colocado estratégicamente en la mesa) y de Miriam Nogueras (que no paraba de repetir “referéndum o nada”), decidió verbalizar lo que medio país grita en la ducha:
“Miren, váyanse un poquito a la mierda”, dijo, mientras ordenaba por gestos al ujier que le acercara un ventilador para darle dramatismo a la frase.
La sala se quedó en silencio durante diez segundos eternos. Luego, Podemos interpretó la frase como un ataque personal, Junts como un insulto institucional, y el PSOE como un error de comunicación que había que “contextualizar”. Desde entonces, las espadas están en alto.
La guerra de declaraciones
La guerra total se ha materializado en diferentes frentes:
- Frente retórico: Podemos ha acuñado el eslogan “Sánchez nos traiciona cada día” y lo repite en cada tertulia, incluso cuando les preguntan por el tiempo. Junts ha contraatacado con “sin referéndum no hay café”, frase que ahora estampa en camisetas, tazas y hasta en bolsas de la compra.
- Frente simbólico: En el último pleno, los diputados de Podemos se sentaron de espaldas al escaño del presidente, mientras los de Junts desplegaron una estelada tamaño sábana que apenas dejaba ver el reloj del hemiciclo. Meritxell Batet, que pasaba por allí, pidió una escalera para recuperar la visibilidad.
- Frente logístico: Sánchez ha tenido que mudarse del despacho oficial a un búnker improvisado en los sótanos del Congreso, equipado con café descafeinado, un proyector de series y un botón rojo que no lanza misiles, sino que llama directamente a Begoña Gómez para pedir consejo.
Podemos contraataca con poesía
En un intento de demostrar superioridad moral, Podemos organizó un recital poético en la Puerta del Sol bajo el lema “Sonetos contra la traición”. Allí, un grupo de militantes recitó versos improvisados que combinaban rimas sobre la dignidad, las luchas obreras y las últimas series de Netflix.
“Oh Sánchez, que cambias socios cual calcetines,
nosotros fuimos tus fieles querubines.
Hoy te decimos, con tono sincero,
que eres más falso que un cajero entero.”
El público, compuesto por 27 curiosos, aplaudió con desgana, mientras un vendedor ambulante aprovechaba para colocar pulseras moradas “edición resistencia”.
Junts responde con butifarras
No se quedaron atrás en Junts. Como réplica, organizaron la Primera Feria Gastronómica de la Autodeterminación en la plaza de Vic. Allí, entre castellers y una charanga que tocaba “Els Segadors” en versión reguetón, proclamaron que “cada butifarra vendida equivale a un voto por la independencia”.
Al cierre del evento, el balance era claro: 3.200 butifarras, 12 intoxicados y un mensaje a Sánchez: “Si quieres estabilidad, tendrás que pasar por caja… y por el referéndum”.
Sánchez, víctima involuntaria
Mientras tanto, Sánchez vaga como alma en pena por los pasillos del Congreso. Se le ha visto con ojeras, murmurando frases en bucle como “todo es resiliencia” y “aguantaremos, cueste lo que cueste”. Su equipo le ha prohibido el acceso a Twitter para evitar que, en un arrebato, acabe publicando un meme de Pikachu sorprendido con la leyenda: “Cuando esperas apoyo de tus socios y te montan una feria de butifarras”.
Algunos diputados socialistas confiesan que ya lo han sorprendido ensayando discursos de dimisión frente al espejo, aunque rápidamente vuelve al modo optimista: “España se merece un gobierno que resista… aunque yo no pueda más”.
Los efectos colaterales
La guerra Podemos-Junts está teniendo efectos surrealistas en la política nacional:
- En el BOE: se publican decretos contradictorios el mismo día. Uno obliga a fomentar el transporte público gratuito, y el siguiente establece un impuesto al uso de bicicletas si no llevan bandera catalana o pegatina morada.
- En los medios: los tertulianos trabajan horas extra para inventar sinónimos de “crisis”. Ya no basta con “tensión”, “fractura” o “choque de trenes”. Ahora usan expresiones como “terremoto de magnitudes bíblicas” o “culebrón con metástasis”.
- En Europa: Bruselas observa la situación con perplejidad. Ursula von der Leyen, en un descuido, confundió a Junts con una marca de yogures y a Podemos con una aplicación de meditación.
El pueblo opina
La ciudadanía, como siempre, divide su opinión en tres grandes bloques:
- Los resignados: “Bueno, al menos se entretienen entre ellos y no nos suben los impuestos esta semana”, dice Antonio, un jubilado de Móstoles.
- Los indignados: “Esto es un circo, y Sánchez es el payaso triste”, señala con rabia una estudiante universitaria.
- Los optimistas patológicos: “Seguro que de aquí sale algo bueno, quizá un reality show parlamentario”, aventura Lucía, influencer de Albacete.
Propuestas para salir del atolladero
Ante el caos, diferentes “expertos” (autoproclamados en Twitter) han sugerido soluciones creativas:
- Debate de boxeo: enfrentar a Pablo Iglesias y Carles Puigdemont en un ring, con Sánchez como árbitro. El ganador se lleva los votos de investidura durante seis meses.
- Divorcio amistoso: crear dos Congresos paralelos, uno para Podemos y otro para Junts, y que Sánchez gobierne desde Zoom.
- Exilio voluntario: enviar a Sánchez como embajador permanente en Marte y dejar que ChatGPT gestione los decretos.
Epílogo incierto
Lo cierto es que la guerra total sigue abierta y no parece que vaya a acabar pronto. Podemos amenaza con bloquear los presupuestos, Junts con retirar su apoyo en cualquier momento, y Sánchez con pedir vacaciones anticipadas en Doñana.
El presidente, al borde de la desesperación, ya ha dejado caer en círculos íntimos que podría escribir un libro titulado “Cómo sobreviví a mis socios (y no morí en el intento)”. La editorial Planeta ya ha reservado fecha de lanzamiento y espacio en la Feria del Libro de 2026.
Mientras tanto, la frase que lo resume todo sigue flotando en el aire, convertida en trending topic y en pegatina de coche:
“Váyanse un poquito a la mierda.”
Un grito del alma presidencial que, aunque nacido del hartazgo, refleja el sentir de millones de españoles que observan este sainete político con la resignación de quien sabe que la próxima temporada será aún más absurda.
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