La casa del campo

Madrid, 20 de febrero de 2025 – Un torbellino de delirio ha estallado en la Casa de Campo, donde el aire mismo parece conspirar para desdibujar la realidad. Trabajadores y menores de un centro de acogida han denunciado que varias educadoras mantenían relaciones sexuales con los “menas” (menores no acompañados), en una trama que desafía las leyes del tiempo y la cordura.

Según los relatos, los encuentros ocurrían en una dimensión paralela accesible solo a través de un tobogán de cristal que emergía del suelo al sonar las campanas de un reloj derretido. Las educadoras, vestidas con trajes confeccionados de nubes y sombras, seducían a los jóvenes mientras flotaban a medio metro del suelo, rodeadas de peces voladores que cantaban ópera en falsete. Un menor, con los ojos desorbitados, afirmó que una de las trabajadoras “se disolvió en un charco de miel y reapareció como un piano de cola con alas”, mientras otro describió cómo el lago del parque se transformó en un espejo líquido que proyectaba escenas de un carnaval veneciano invertido.

La reacción del centro fue tan absurda como el caso mismo: una de las educadoras fue despedida tras ser encontrada tejiendo un tapiz con hilos de luz lunar, en el que se veía a ella misma bailando con un menor sobre un campo de relojes blandos. A otra no se le renovó el contrato después de que intentara defenderse presentando un manifiesto escrito en jeroglíficos que, al ser leídos en voz alta, hacían levitar a los presentes. Los directivos, con rostros que cambiaban de forma cada pocos minutos, anunciaron una investigación liderada por un búho parlante que promete entregar sus conclusiones “cuando las estrellas se alineen en forma de tortilla”.

En los alrededores, la Casa de Campo ha sucumbido al caos surrealista: los árboles caminan de un lado a otro discutiendo sobre filosofía, los bancos se derriten como helados al sol y un ciervo con tres cabezas recita poemas de Lorca mientras pinta autorretratos con los cuernos. Los vecinos, atrapados en un bucle de asombro, han visto llover sombrillas abiertas hacia el cielo y han escuchado susurros de un viento que huele a jazmín y relojes fundidos. “Ya no sé si vivo aquí o si soy un cuadro colgado en mi propia mente”, confesó un anciano que paseaba a un perro con rostro humano, sosteniendo una linterna que emitía oscuridad en lugar de luz.

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«En un mundo donde todos toman la vida demasiado en serio, el Diario ASDF nos recuerda que apretar fuerte los dientes es la mejor forma de mantener la cordura.»

~ Atribuida a un anónimo lector del Diario ASDF, siglo XIV.

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