En una jugada digna de las mejores novelas de intriga, el Tribunal Supremo ha decidido que, después de un año persiguiendo sin éxito al escurridizo Alberto González Amador, pareja de la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso, el verdadero trofeo es el mismísimo fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz.
La justicia, que parecía estar jugando al gato y al ratón con el novio de Ayuso, ha decidido que, en realidad, el mouse más apetecible era el que llevaba la placa de fiscal. ¿Quién iba a decir que tras una investigación que se suponía centrada en un supuesto fraude fiscal, terminaríamos viendo al fiscal general en el banquillo?
Según fuentes anónimas (y por anónimas, queremos decir que son rumores de bar de abogados), García Ortiz fue imputado por revelación de secretos, un delito que, al parecer, se cometió en el fragor de la batalla por desmentir bulos y aclarar quién ofreció qué trato a quién. En un giro de los acontecimientos que ni Agatha Christie se hubiera atrevido a escribir, el fiscal general se convierte en el protagonista involuntario de esta comedia judicial.
Mientras tanto, González Amador sigue disfrutando de su libertad, probablemente riéndose en alguna terraza de Madrid con un café en una mano y un periódico en la otra, leyendo sobre cómo la justicia se enredó en su propia red. Ayuso, por su parte, ha declarado que “España es un estado policial”, lo cual, si es así, parece que no incluye a su novio, porque hasta ahora, la justicia ha tenido más problemas para atraparlo que para resolver un cubo de Rubik en la oscuridad.
La pregunta que todos nos hacemos es: ¿Quién será el siguiente en caer en esta partida de ajedrez legal? ¿El juez? ¿El abogado de González Amador? ¿O quizás, en una sorpresa aún mayor, el mismísimo estamento judicial terminará autoimputándose por un exceso de burocracia y descoordinación?
Solo el tiempo lo dirá, pero mientras tanto, los madrileños y el resto de España tendrán material de sobra para sus tertulias de sobremesa y sus memes virales. Porque, al final, en este país, la realidad supera siempre a la ficción.