Jerusalén/Madrid – Israel ha decidido detener el genocidio en Gaza. ¿La presión de la ONU? No. ¿Las sanciones internacionales? Tampoco. ¿La mediación de Biden? Menos. El detonante real fueron las protestas en la Vuelta Ciclista a España, donde varios manifestantes se plantaron en las cunetas con pancartas de “Stop Genocide” y obligaron a los ciclistas a frenar justo cuando empezaban a dar espectáculo.
Un portavoz del Gobierno israelí lo confesó sin rodeos:
“Podíamos soportar que nos llamasen genocidas, pero que nos culpasen de arruinar el sprint intermedio de un chaval del Burgos-BH… eso es lo más bajo que puede caer un ser humano”.
La bici como arma de destrucción masiva (de egos)
Según testigos, todo comenzó en la subida a los Lagos de Covadonga. Los ciclistas jadeaban, el comentarista de Teledeporte no paraba de repetir “qué barbaridad, amigos de la bici” y de repente aparecieron tres chavales con banderas palestinas que cortaron el paso. El pelotón se detuvo en seco, y ahí se rompió más que la carrera: se rompió el espíritu militar israelí.
Un general condecorado reconoció entre sollozos:
“Bombardear hospitales lo llevábamos bien, incluso lanzar fósforo blanco se nos hacía rutinario… pero ver a un ciclista profesional bebiendo Aquarius mientras esperaba que se despejara la carretera fue demasiado. Entendimos que habíamos tocado fondo”.
España celebra la victoria: “Hemos hecho más que la ONU en 10 años”
En Madrid, la noticia cayó como cava barato en Nochevieja: con risas, abrazos y alguna borrachera prematura. El presidente apareció en televisión con una bicicleta estática detrás, proclamando:
“Hoy demostramos que España no es solo flamenco, siesta y corrupción urbanística. Hoy demostramos que, si se trata de salvar vidas humanas, somos capaces de hacerlo incluso en chanclas desde la cuneta”.
La oposición también se apuntó la medalla: “Nosotros hubiéramos frenado el genocidio en menos etapas, probablemente en la contrarreloj de Burgos. Pero lo importante es que somos un país capaz de parar genocidios a pedales”.
En los bares, la gente pedía cañas brindando por los ciclistas. Un parroquiano lo resumió: “Induráin nos dio gloria, pero los manifestantes nos dieron la paz mundial. Esto hay que celebrarlo con callos y vermut”.
Netanyahu en crisis existencial: “Prefiero ser genocida a ser culpable de que Roglič no gane la Vuelta”
En Jerusalén, el golpe fue brutal. Netanyahu apareció con cara de haberse tragado tres etapas de montaña seguidas, y confesó:
“No nos importaba ser señalados en la ONU, ni que nos quitaran de Eurovisión. Pero arruinar una etapa de la Vuelta… eso es más feo que cortar la ruta del AVE en Cuenca”.
A continuación, se quitó el micrófono, se subió a una bicicleta estática y comenzó a pedalear furioso. Los periodistas aseguran que gritaba: “¡Perdón, Contador, perdón!”.
Gaza reacciona: “Gracias, pelotón”
En Gaza la noticia fue recibida con una mezcla de alivio y humor negro. Un vecino comentó:
“Llevamos meses pidiendo ayuda internacional y nada. Bastaron cuatro españoles con pancartas en una cuesta asturiana para que nos escucharan. Ahora tengo que admitirlo: me gusta el ciclismo”.
Otro, más escéptico, bromeó:
“Nosotros pedíamos corredores humanitarios, y al final lo que llegaron fueron corredores… pero en Lycra y con gafas Oakley”.
Los niños ya imitan a los ciclistas: se suben a bicicletas oxidadas y gritan “¡Free Palestine!” al pasar por las calles destruidas.
Twitter se convierte en Tour de la sátira
Las redes sociales estallaron. El hashtag #LaVueltaParóElGenocidio se convirtió en tendencia, acompañado de memes como:
- Netanyahu vestido con maillot rojo.
- Un tanque israelí tirando de un pelotón como coche de equipo.
- El Papa Benedicto (sí, incluso memes anacrónicos) lanzando bidones bendecidos a los manifestantes.
Un tuit viral rezaba: “El Tour tiene glamour, el Giro tiene historia, pero solo la Vuelta paró un genocidio. Que tomen nota los franceses”.
Otro arrasó: “El premio de la montaña debería ir para el activista que subió corriendo el Angliru con chancletas y bandera palestina”.
La ONU, ridiculizada
En Nueva York, los diplomáticos de Naciones Unidas sufrieron un ataque colectivo de celos.
“Llevamos décadas escribiendo resoluciones y no conseguimos nada. Estos tíos paran la Vuelta cinco minutos y consiguen la paz. Es humillante”, reconoció un delegado entre lágrimas, mientras rompía un taco de papeles inútiles.
El Secretario General ya propuso que la próxima cumbre internacional se celebre en el Tourmalet, y que cada país tenga que subir pedaleando: quien llegue último, pierde el veto en el Consejo de Seguridad.
Diplomacia a pedales
La “diplomacia ciclista” ya tiene hoja de ruta:
- En Ucrania, Zelenski y Putin se enfrentarán en una contrarreloj en el Giro de Italia.
- En Corea del Norte, Kim Jong-un y el presidente de Corea del Sur tendrán que compartir un tándem.
- Y en España, los sindicatos y la patronal solucionarán la reforma laboral en un duelo en el Desafío Lagos.
Un experto lo resumió así: “La bicicleta es la nueva diplomacia. Si no puedes parar una guerra con resoluciones, para la carrera y verás cómo se arregla todo”.
Israel ofrece compensaciones con cicloturismo
Para lavar su imagen, Israel anunció que organizará la I Vuelta a Gaza, con meta en la playa (si queda) y dorsales gratuitos para todos los niños. Habrá premios en hummus, camisetas técnicas con el lema “Ride for Peace” y bidones llenos de Aquarius.
“Queremos que el pueblo palestino deje de asociarnos con tanques y empiece a vernos como los que trajeron bicicletas de carbono”, explicó un ministro, mientras probaba unas gafas de ciclista.
España se cuelga la medalla
Moncloa anunció que propondrá a la Vuelta a España para el Premio Nobel de la Paz. El acto de entrega sería épico: los organizadores planean que los premiados pedaleen hasta Oslo con una comitiva de coches de equipo detrás.
“España ya dio al mundo a Cervantes, a Paco de Lucía y a Rosalía. Ahora damos también la paz en Oriente Medio. Y todo gracias a cuatro chalados en bici”, proclamó un ministro con lágrimas en los ojos.
Epílogo: la moraleja de cuatro manifestantes y una charo loca
El final de esta historia no será recordado por diplomáticos ni generales, sino por cuatro manifestantes medio deshidratados en una cuneta asturiana y una charo loca con mechas rubias que gritaba más que los comentaristas de Teledeporte.
Con apenas dos cartulinas fluorescentes, una bocina del chino y la capacidad pulmonar de quien ha fumado Fortuna durante treinta años, lograron lo que el Consejo de Seguridad de la ONU lleva décadas intentando: parar un genocidio.
La escena quedará en los libros de historia: mientras los ciclistas frenaban confusos, la charo loca vociferaba “¡No pasaréis, asesinos!” con la misma convicción con la que normalmente pide el turno en el Mercadona. Los cuatro chavales agitaban banderas palestinas, y en ese instante Israel comprendió que había perdido.
No contra Hamas, ni contra la comunidad internacional, sino contra la fuerza imparable de un grupo de indignados de domingo y una charo que se había escapado de la peña del barrio para salvar al mundo.
La moraleja es simple: no subestimes nunca a cuatro manifestantes con carteles caseros y a una charo en modo berserker. Ellos, y no los tanques ni los misiles, son quienes doblegaron a un Estado entero.
El genocidio acabó, la Vuelta siguió y el planeta aprendió la lección: cuando la diplomacia fracasa, siempre quedará una charo loca con pancarta fosforita para salvar a la humanidad.
Este articulo ha sido patrocinado por Aquarius