Hoy, a las 12:30 del mediodía, un inesperado apagón dejó sin electricidad a toda España. Lo que al principio parecía una tragedia de proporciones bíblicas (“¿¡Cómo que no hay WiFi en ningún sitio!?”, “¿¡Quién va a cargar ahora mi licuadora!?”) se convirtió, contra todo pronóstico, en una experiencia mística que muchos ciudadanos describen como “volver a nacer… pero sin epidural y con menos datos móviles”.
La caída total dejó a millones de personas enfrentándose, cara a cara, con horrores ancestrales como el silencio, el diálogo espontáneo y actividades primitivas como leer un libro de papel, mirar por la ventana o jugar al parchís.
“Al principio creí que había muerto”, confesó Germán Ruiz, 42 años, habitual de Twitch y TikTok. “Me vi reflejado en la pantalla negra del móvil sin batería y comprendí que nunca me había mirado de verdad”. Acto seguido, Germán asegura que abrazó a su perro, a su gato y a su ficus, a los que no veía desde la última caída de WhatsApp en 2021.
Otros redescubrieron hobbies olvidados. “Yo pensaba que mi marido era parte del mobiliario”, comentó María Estévez, 37 años, de Valladolid. “Pero resulta que sabe tocar la guitarra… regular, pero sabe. Y mis hijos… ¡hablan! Con palabras y todo, no solo con emojis”.
Renacimiento a la luz de las velas
Mientras los teléfonos morían y las teles enmudecían, familias enteras improvisaron reuniones a la vieja usanza: sentados en círculo, contándose anécdotas, cantando canciones y, en casos extremos, intentando encender una hoguera en mitad del salón “porque lo vimos en un tutorial de supervivencia”, como reconoció el joven Manuel P., aún bajo investigación por daños a la propiedad en una urbanización de Murcia.
La ausencia de microondas y cafeteras eléctricas impulsó innovaciones gastronómicas de supervivencia. “Descubrimos que el fuego no es un mito”, explicó emocionada Teresa Gómez, mientras enseñaba su primer café hecho en cafetera italiana. “Sabe distinto… sabe… ¿a esfuerzo humano?”.
El lado oscuro (y sin batería)
Sin embargo, no todo fue poesía. Al cierre de esta edición, los equipos de rescate seguían intentando localizar a un grupo de adolescentes que, sin conexión a internet, se habían refugiado en antiguos trasteros comunitarios, convencidos de que la civilización había colapsado.
Por su parte, algunos ciudadanos exigieron compensaciones económicas. “Exijo daños y perjuicios. Perdí mi racha de 712 días en Duolingo”, se quejó furiosamente Sergio López, de Sevilla, quien asegura que antes del apagón estaba “a un par de días” de ser bilingüe en esperanto.
¿Un futuro sin enchufes?
A las 18:46, la luz volvió en la mayor parte del país. Las televisiones resucitaron, los móviles parpadearon hambrientos y los routers gimieron de alivio al reconectarse. Desde Galicia hasta Canarias, España entera soltó un grito de júbilo… seguido de un silencio incómodo.
“Fue bonito mientras duró”, reconoció doña Remedios, 78 años, mientras subía su primer TikTok bajo el lema: “A veces para encenderse hay que apagarse”.