¡Oh, qué tragedia shakesperiana, queridos lectores! En un giro de guion que ni M. Night Shyamalan se atrevería a firmar, Ubisoft ha decidido tirar a la basura un proyecto que prometía ser el pináculo del virtue signaling en la industria del videojuego: un *Assassin’s Creed* ambientado en la Reconstrucción de Estados Unidos post-Guerra Civil, con un protagonista negro, exesclavo, luchando contra el racismo sistémico mientras salta tejados y apuñala a generales confederados en la nuca. Sí, han leído bien. El juego que iba a “educar” a los gamers sobre la historia americana mientras los hacía sentir culpables por ser blancos (o por existir, en general) ha sido cancelado. Y yo, su humilde narrador sarcástico, no puedo evitar reírme a carcajadas. ¿Por qué? Porque esto no es solo un fracaso corporativo; es el epitafio perfecto de la era woke en los videojuegos.

Imaginemos la escena en las oficinas de Ubisoft Montreal, allá por 2020, en plena fiebre de Black Lives Matter. Los ejecutivos, con sus camisetas de “Ally” puestas al revés para no arrugar el logo del puño levantado, se reúnen en una sala de juntas virtual (porque, claro, Zoom era el nuevo campo de batalla contra el patriarcado). “¡Necesitamos diversidad!”, grita el jefe de desarrollo, sorbiendo su latte de avena orgánica. “¡Olvídense de vikingos rubios degollando monjes! Hagamos algo *impactante*. ¿Qué tal un esclavo negro en la América del siglo XIX? ¡Boom! Vendemos unidades y salvamos el mundo al mismo tiempo”. Y así nace “Assassin’s Creed: Reconstrucción” (o como sea que lo llamaran internamente, probablemente “AC: Woke Edition”). El protagonista: un fornido exesclavo llamado, digamos, “Malik Freedom” (inventado por mí, pero encaja perfecto), que escapa de las plantaciones sureñas, se une a los Assassins y comienza su cruzada contra los Templarios, quienes en esta versión son, por supuesto, dueños de esclavos, senadores sureños y cualquier blanco con acento texano.

El concepto sonaba como un episodio perdido de *Roots* mezclado con *Watch Dogs*, pero en esteroides históricos. Imaginen misiones donde Malik infiltra mítines del Ku Klux Klan disfrazado de sábana fantasmal (¡ja! ¿Ironía o plagio de *Ghostbusters*?). O secuencias de parkour por las ruinas de Atlanta en llamas, recogiendo “artefactos de la libertad” como cadenas rotas o copias de la 13ª Enmienda. Y no olvidemos el *Eagle Vision*, ahora rebautizado como “Ancestral Gaze”, que te permite ver “microagresiones” invisibles: un guardia confederado pensando en voz alta “estos yanquis…”, o una dama sureña ajustándose el corsé con mirada despectiva. ¡Educativo! ¡Empoderador! ¡Y con microtransacciones para desbloquear skins de Harriet Tubman como aliada jugable!
Pero, ay, el destino es caprichoso como un bug en un *Cyberpunk 2077*. Según la noticia de Kotaku –ese bastión del periodismo gamer que huele a colonia de niños y marihuana –, el proyecto fue cancelado víctima de los recortes masivos en Ubisoft tras el fiasco de *Skull and Bones* y el escándalo de acoso sexual que hizo que la compañía pareciera más un harén tóxico que un estudio de juegos.
El equipo, liderado por un grupo de desarrolladores apasionados (incluyendo a algunos de *Assassin’s Creed Valhalla*), había invertido años en investigación histórica. Hablaron con expertos en la era de la Reconstrucción, visitaron museos (virtualmente, por el COVID, claro), y hasta consultaron con historiadores afroamericanos para asegurarse de que el juego no “whitewash” la narrativa.

El resultado: un guion de 500 páginas donde cada diálogo era una lección sobre privilegio blanco, y cada cinemática terminaba con un disclaimer: “Recuerde, jugador: esto es ficción basada en hechos reales. Si se siente incómodo, pause y lea un libro de Ibram X. Kendi”.
La razón oficial del cancelamiento? “Reestructuración corporativa”.
Traducción: “No vendemos lo suficiente como para justificar este monumento al remordimiento histórico”.
Porque, seamos honestos, ¿quién quiere jugar a un *Assassin’s Creed* que te hace sentir como si estuvieras en una clase de estudios étnicos obligatoria?
Según kotaku :
“Ubisoft “cedió a la polémica” tras la reacción racista contra Yasuke, el samurái negro de Assassin’s Creed: Shadows, y a la preocupación de que retratar la vida de un hombre negro en la época de la Reconstrucción fuera “demasiado político en un país demasiado inestable.”
Recuerdo las filtraciones iniciales en 2021: foros como Reddit explotaron con memes de “Assassin’s Creed: Reparations”, donde el protagonista no solo asesina templarios, sino que también demanda reparaciones por cada misión completada. “¡Gana experiencia y justicia social!”, bromeaban los trolls. Ubisoft, en su infinita sabiduría, ignoró las risas y siguió adelante, hasta que los números hablaron: *Valhalla* vendió bien, pero el hype para un juego sobre esclavitud era tan tibio como un café descafeinado en una morgue.

Ahora, profundicemos en el meollo de la burla, porque esto no es solo un cancelamiento; es una autopsia al cadáver de la industria woke. Piensen en el timeline: 2018, *Odyssey* introduce romance gay y una protagonista femenina opcional, y los “malvados gooners” de 4chan queman servidores virtuales en efigie. 2020, *Valhalla* con Eivor gender-fluid, y de nuevo, llanto en los sótanos. Para 2022, Ubisoft decide: “¡Vamos all-in con lo progresista!”. Eligen la Reconstrucción porque, ¿por qué no?
Es un período fascinante: Andrew Johnson como presidente borracho, el surgimiento de los Códigos Negros para joder a los libertos, y el nacimiento del KKK como club social para perdedores sureños. Perfecto para un *Assassin’s Creed*, donde la historia se retuerce como un pretzel para que los Assassins siempre tengan razón. Imaginen las mecánicas: un medidor de “Opresión” que sube si no liberas suficientes esclavos, y si llega a máximo, ¡game over con una cinemática de linchamiento pixelado! (Censurado, por supuesto, para no traumatizar a los sensibles).

Pero aquí viene lo hilarante: el equipo de desarrollo. Según Kotaku, incluía a veteranos como el lead writer de *Origins*, que probablemente soñaba con un Pulitzer por su narrativa “auténtica”. Entrevistaron a descendientes de esclavos, incorporaron dialectos gullah (porque, ¿quién no quiere subtítulos en *Assassin’s Creed*?), y hasta planearon DLCs sobre la Masacre de Colfax o el Compromiso de 1877. ¡DLCs! Porque nada dice “respeto histórico” como cobrar extra por genocidios. Y el protagonista, descrito como un “héroe complejito” –léase: traumatizado, pero no demasiado para que los jugadores blancos no se sientan *demasiado* culpables–. Podía elegir entre apuñalar a un templario o… ¿dialogar sobre privilegios? No, espera, eso sería *Disco Elysium*. En *AC: Reconstrucción*, era apuñala o muere, pero con monólogos internos sobre el trauma intergeneracional.
¿Reacciones? Kotaku cita a un desarrollador anónimo: “Estábamos emocionados por contar esta historia subrepresentada”. Subrepresentada, dice. Como si los videojuegos no tuvieran ya suficientes narrativas de venganza post-colonial (*Far Cry 6*, anyone?). La industria aplaudió tímidamente: IGN tuiteó “Un paso valiente”, mientras Polygon preparaba un ensayo de 5000 palabras sobre por qué cancelarlo es racismo estructural. Pero los fans? Crickets. En X , el hashtag #ACReconstruction duró menos que un petardo mojado.
Memes abundaron: “Próximo AC: Hitler como Assassin contra los Templarios judíos”. O “Malik vs. Robert E. Lee en un duelo de parkour: el esclavo libre salta más alto por la ira acumulada”. ¡Pura comedia negra!
Y no puedo evitar compararlo con otros fiascos. Recuerden *The Last of Us Part II*, donde Abby la buff lesbiana dividió a la comunidad como Moisés al Mar Rojo. O *Battlefield V*, con mujeres en la Segunda Guerra Mundial porque, aparentemente, la historia era “demasiado masculina”. Ubisoft, siempre a la vanguardia del cringe, pensó que un exesclavo apuñalando racistas sería el hit del año. Error garrafal. En un mercado saturado de battle royales y souls-likes, ¿quién quiere un simulador de culpa histórica? Mejor jugar *Fortnite* y olvidar que EE.UU. tuvo esclavitud. Además, logísticamente: ¿cómo renderizas plantaciones de algodón sin que parezca *Django Unchained* fanfic? ¿Y las animaciones de latigazos? ¿Trigger warning en cada loading screen?
Ahora, imaginemos qué *podría* haber sido este juego glorioso.
Nivel 1: Escape de la plantación. Malik se esconde en barriles de tabaco, usa Hidden Blade improvisada de un diente de tiburón (auténtico, chequeado por historiadores).
Jefe: El capataz templario, un villano con bigote sureño y monólogo sobre “el orden natural”.
Nivel 2: Infiltración en Washington D.C., poseyendo a Ulysses S. Grant como marioneta (porque, ¿por qué no un crossover con *Assassin’s Creed* lore?).
Misiones secundarias: Ayudar a Sojourner Truth en debates, o sabotear el ferrocarril confederado con bombas de dinamita casera.
Y el soundtrack: blues delta mezclado con el omnipresente *AC* choir, cantando “Requiem for a Dream” pero sobre emancipación.
Pero no, Ubisoft lo mató. ¿Por qué? Porque en 2025, con la economía tambaleando y los inversores pidiendo ROI en lugar de “representación”, los sueños woke son los primeros en la picota. Es irónico: un juego sobre liberación, cancelado por el capitalismo que tanto odiaba. El equipo se dispersó: algunos a *Star Wars Outlaws* (otro flop inminente), otros a terapia por el PTSD creativo.
Kotaku concluye con un lamento: “Una oportunidad perdida para explorar la América dividida”. ¿Oportunidad? Más bien un alivio. Imaginen las reseñas: 10/10 en Metacritic de críticos progres, 2/10 de usuarios con “SJW garbage”. Y las ventas: peores que *Anthem*, porque hasta los gamers negros preferirían un *Mortal Kombat* con Sub-Zero como Frederick Douglass.
Esto nos lleva a una reflexión más profunda –o no tan profunda –. La industria del videojuego es un circo: payasos como EA reciclando *FIFA*, malabaristas como Nintendo lanzando *Mario* cada década, y payasos woke como Ubisoft, que intentan equilibrar pelotas de diversidad mientras caminan en zancos de ganancias. *Assassin’s Creed* empezó como una saga elegante sobre libre albedrío vs. control, inspirada en la Revolución Francesa (¡ironía! Una rebelión que devoró a sus hijos). Ahora, es un Frankenstein de mecánicas recicladas y agendas políticas. Cancelar este proyecto no es censura; es misericordia. Mejor que nazca muerto que reviva como zombie ofensivo.
¿Y el futuro? Ubisoft promete más *AC*: uno en Japón feudal (por fin, samuráis sin mechas), otro en el Renacimiento italiano (remake?). Pero duden: la sombra de *Reconstrucción* acecha. Cada nuevo tráiler vendrá con escrutinio: “¿Es lo suficientemente diverso? ¿Hay suficientes NPCs trans en el fondo?”. Y los fans, cansados, migrarán a *Elden Ring* o *God of War*, donde las historias son épicas sin sermones.