He tardado en escribir este artículo porque, como todos saben, soy una periodista seria. Mi nivel de seriedad es tal que he estado ocupada con tareas de suma importancia, como: contar las burbujas de mi café con leche de almendra. Cada burbuja representa una idea revolucionaria que no he tenido tiempo de plasmar en palabras, investigar a fondo la vida de los gatos de mi vecindario, porque uno nunca sabe cuándo puede haber un escándalo felino que cambie el rumbo de la historia, perfeccionar mi técnica de procrastinación hasta niveles olímpicos, asegurándome de que cada distracción sea digna de un Pulitzer.
Pero sobre todo ver ediciones pasadas de los Carnavales de Cádiz, porque los de ahora han perdido la gracia. Necesito recordar cómo se hacía el humor de verdad, estudiando a los grandes chirigoteros de antaño.
¡Oh, qué tiempos corren en Cádiz! La ciudad conocida por su ingenio y su carnaval ha sido escenario de un espectáculo digno de un guion de comedia… o de terror, según se mire. La chirigota “Abre los Ojos”, dirigida por la ilustre Catalina Balber, se presentó en el COAC 2025 con un repertorio que haría que hasta el mismísimo Chiquito se revolviera en su tumba.
Con la sutileza de un elefante en una cacharrería, esta chirigota decidió que lo que el público realmente necesitaba era una buena dosis de negacionismo climático y antivacunas. ¡Vaya sorpresa cuando el público del Gran Teatro Falla, en lugar de reír, se puso a ejercitar sus cuerdas vocales con un coro de abucheos y cánticos que harían palidecer a cualquier soprano!
Las letras, una mezcla de desinformación e ironía mal entendida, pretendían ser un grito contra la “manipulación global”, pero lo único que lograron manipular fue el botón de la paciencia del público. Mientras la chirigota intentaba descifrar las risas (o lo que sea que pensaban que eran aplausos), el teatro se convirtió en un verdadero festival de interrupciones, donde el verdadero espectáculo era la reacción de la audiencia.
Y aquí viene la ironía del siglo: ahora resulta que en el Carnaval de Cádiz, la cuna de la sátira y el humor más afilado, ya no se puede hacer sátira. ¡Oh, la tragedia! El mismo lugar que una vez celebró a Quevedo y a Gila ahora se ve envuelto en la paradoja de que la sátira debe ser políticamente correcta, o al menos, no tan incorrecta como para despertar a la multitud en un coro de desaprobación.
Pero no todo está perdido, queridos amigos. Al menos, en este mar de confusión y abucheos, nos queda el consuelo de que aún contamos con el Canijo de Carmona, ese faro de ingenio y verdad que con su voz y letras sigue recordándonos que, en el Carnaval de Cádiz, aún hay lugar para la risa genuina, la sátira bien hecha y un poquito de esperanza para el humor gaditano.