Por la Redacción de Diario ASDF
En un país donde se celebran congresos sobre “diversidad lingüística” con más ponentes que lectores, la industria editorial en lenguas cooficiales atraviesa una crisis que algunos ya califican de “catástrofe cultural comparable a dejar de subvencionar festivales de poesía experimental”. Las cifras son contundentes: las ventas de libros en gallego, euskera y valenciano han caído en picado durante el último año. Y no por poco: según el último informe del Observatorio de la Lectura Patriótica, la caída ronda el 40 % en las tres lenguas, con especial desplome en las editoriales que basaban su catálogo en obras de 120 páginas sin puntos ni comas, con títulos como Apercebémonos do ser o Euskal identitatearen inguruko hausnarketa.
Para algunos, el problema es evidente: la gente, simplemente, no compra estos libros. Pero para los expertos consultados por Diario ASDF, la conclusión es otra: la culpa es del consumidor.
“El consumidor es un fascista”, sentencia con serenidad académica el profesor Antxón Bidarte, doctor en Sociolingüística Aplicada a Minorías Oprimidas y conferenciante habitual en festivales subvencionados. “No porque milite en ningún partido de extrema derecha, sino porque ejerce el fascismo pasivo de elegir libremente qué leer. Y esa libertad, como sabemos, es profundamente reaccionaria”.
📉 Una gráfica que no se entiende ni en gallego
El desplome es transversal. En Galicia, las editoriales denuncian que ni siquiera los funcionarios que deben acreditar el uso de la lengua para obtener puntos en oposiciones están comprando los manuales.
“Antes vendíamos centenares de ejemplares de A gramática galega para opositores sen alma”, confiesa Xosé Antón, editor de Papeliños Atlánticos. “Ahora ni eso. Se descargan PDFs piratas y, cuando no, se apuntan a cursos online impartidos por influencers lingüísticos. Non é serio”.
En Euskadi, las librerías señalan que los títulos en euskera “han pasado de ocupar un espacio privilegiado en los escaparates a usarse como calzos para las mesas cojas”. Mientras tanto, en la Comunidad Valenciana, algunas editoriales han empezado a ofrecer “dos por uno” en novelas costumbristas ambientadas en pueblos que nadie ubica en el mapa, pero ni así logran vender.
“Nosotros publicamos Històries de la Marina Baixa que ningú va voler escoltar, con una tirada de 500 ejemplares, y aún tenemos 480 en el almacén”, lamenta el editor Joanet Ferrer. “Y eso que incluía un glosario con 300 valencianismos y un prólogo del conseller de Cultura”.
🧠 El experto explica el problema (y de paso, el suyo propio)
Según Bidarte, la caída no se debe a que el público prefiera leer en castellano, inglés o incluso japonés manga, sino a que “el lector medio es incapaz de entender la complejidad de un idioma minorizado sin subvención emocional”.
“El consumidor fascista exige entretenimiento, narrativas ágiles, diálogos naturales. No quiere enfrentarse a la estructura poética de una novela escrita en gallego profundo, donde la acción tarda 40 páginas en ocurrir y, cuando ocurre, es una discusión sobre la toponimia de un arroyo”, explica con indignación. “Esa resistencia es fascismo cultural”.
Bidarte propone medidas contundentes: obligar a las plataformas de streaming a ofrecer subtítulos exclusivamente en lenguas cooficiales, imponer cuotas mínimas de lectura en los colegios (“al menos un libro en euskera de 600 páginas antes de los 12 años”), y, si es necesario, “retirar de las librerías cualquier libro que no cumpla con criterios de diversidad lingüística”.
“Solo así neutralizaremos al lector fascista, que cree que leer en castellano no tiene consecuencias políticas”, remata.
💰 Las subvenciones: ese amor que ya no basta
Durante décadas, la publicación en lenguas cooficiales ha sobrevivido no por la demanda, sino por la oferta generosamente incentivada por las administraciones autonómicas. Cada novela publicada en gallego, euskera o valenciano ha estado acompañada de una subvención pública que cubría desde la impresión hasta la presentación en ferias donde el público real más numeroso eran periodistas obligados a cubrir el acto.
Pero, según fuentes del sector, la situación ha cambiado: “Ahora la gente compra libros por Amazon”, confiesa un funcionario gallego que pide anonimato. “Antes controlábamos la distribución desde el consello, y la librería local era el templo de la identidad. Ahora compiten con influencers que recomiendan thrillers nórdicos. E iso non pode ser”.
Además, la burocracia se ha vuelto más lenta. Algunas editoriales denuncian que las subvenciones llegan con un año de retraso, y mientras tanto no pueden pagar la imprenta ni al primo del autor que siempre hace las portadas. “Si el libro no sale con dinero público, no sale”, resume Joanet Ferrer. “Y si sale, no se vende”.
📚 La culpa es del lector, no del libro
En lugar de replantear la oferta editorial, los responsables culturales han optado por una explicación sencilla: el lector está equivocado.
“La gente no entiende que leer en valenciano es un acto revolucionario, no una actividad de ocio”, dice Ferrer. “Cuando alguien entra en una librería y compra un bestseller traducido del inglés en lugar de mi novela sobre la decadencia de un pescador del Cabanyal en verso libre, está votando, aunque no lo sepa”.
Algunos incluso proponen campañas públicas más agresivas. El Institut de Normalització Lingüística de Cataluña ha barajado la idea de crear anuncios con el lema:
“Si no lees en lengua cooficial, estás colaborando con el franquismo”.
Otros plantean medidas aún más creativas: “Queremos que en los bares se lean fragmentos de poesía euskaldun entre caña y caña”, propone Bidarte. “Solo así normalizaremos la presencia de nuestras lenguas en la vida cotidiana”.
🏫 La educación, campo de batalla
La crisis de ventas ha reabierto el debate educativo. Durante años, las administraciones han intentado fomentar el uso de las lenguas propias en las aulas con asignaturas, exámenes y lecturas obligatorias. Pero, como confiesa una profesora de secundaria gallega, “cuando obligas a un adolescente a leer Os camiños da saudade, lo más probable es que te odie a ti, al libro y al idioma”.
“Antes, por lo menos, fingían interés porque no había alternativas”, recuerda. “Ahora tienen TikTok”.
En Euskadi, el Gobierno vasco ha propuesto incluir novelas vascas en los currículos escolares de manera transversal, es decir, sin que los alumnos se den cuenta. “Por ejemplo, colar fragmentos de literatura vasca en problemas de matemáticas: si tres aldeanos parten desde Donostia hacia Bilbao discutiendo sobre el uso de la K en topónimos, ¿cuántas páginas les quedan para llegar al clímax?”, explica un portavoz.
🧨 El enemigo invisible: el mercado
Pese a todo, hay quien se atreve a mencionar la palabra maldita: mercado.
“Puede que el problema no sea que la gente sea fascista, sino que simplemente no le interesa”, sugiere una editora joven que, por razones obvias, ha pedido anonimato. “La mayoría de la producción en lenguas cooficiales está pensada para obtener subvenciones, no para seducir a lectores reales. Y cuando no hay subvención, se hunde”.
La propuesta de esta corriente minoritaria es clara: dejar de producir libros para funcionarios culturales y empezar a producirlos para lectores. “Eso implica arriesgar, editar géneros populares, traducir literatura comercial al gallego o euskera… Pero claro, eso se considera poco digno. Aquí lo digno es publicar poesía rural con frases de tres páginas y vender veinte ejemplares en la feria local”.
Esa postura, por supuesto, ha sido tildada de “neoliberal” y “colonizada por el discurso imperial castellano” por parte del sector más ortodoxo.
🏛️ El futuro: fascismo o lectura forzada
La mayoría de los expertos coinciden en que la solución pasa por “reeducar al consumidor”.
“El lector debe entender que su libertad de elección es una amenaza para las lenguas minorizadas”, afirma Bidarte. “Si hace falta, implantaremos un sistema de puntos de lectura: cada libro en castellano restará puntos de ciudadanía cultural, y cada libro en gallego sumará. Al final del año, quien no llegue a la puntuación mínima no podrá acceder a determinados servicios, como pedir un café con leche en su idioma favorito”.
Mientras tanto, los libros siguen acumulándose en almacenes. Algunas editoriales han empezado a reciclar ejemplares no vendidos como mobiliario ecológico. “Hemos hecho una estantería preciosa con Identidade e paisaxe no rural ourensán”, dice un editor sonriente. “Por fin ha encontrado su utilidad”.
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