Juan Soto Ivars

Madrid.
El escritor y columnista Juan Soto Ivars ha vuelto a encender todos los mecheros sociológicos del país con su último libro, un ensayo cuya mera existencia ha provocado que miles de tertulianos actualicen sus guiones, que las asociaciones de vecinos convoquen reuniones extraordinarias y que un porcentaje desconocido de parejas discuta en el salón mientras el perro observa confundido.

El Diario ASDF ha tenido acceso a los detalles del fenómeno, cuya envergadura ya se compara con los eclipses solares, las subidas del precio del aceite y el día que Pablo Iglesias descubrió que podía bloquear gente en Twitter sin límite.


Un libro que nació como ensayo y ha terminado como prueba pericial

En el centro de la polémica se encuentra Esto no existe: las denuncias falsas en violencia de género, un libro del que nadie quiere hablar en público pero absolutamente todos están comentando en privado después del tercer café. La obra analiza el funcionamiento legal, estadístico, emocional y místico del sistema de denuncias en España, con especial atención al famoso “0,01%” que tantas veces sirve para gritar en redes.

Pero Soto Ivars, que tiene la mala costumbre de leer papeles oficiales enteros —algo que el español medio considera una forma de perversion sexual—, sostiene que la cifra no refleja necesariamente la realidad. “Hay más matices, más casos, más zonas grises y más cosas raras que un episodio de Perdidos”, habría dicho según fuentes no confirmadas pero entusiastas.

En cuanto salió el libro, el país entero se dividió en tres bloques:

  1. Los que lo defienden.
    Aseguran que alguien tenía que hablar del elefante en la habitación, aunque el elefante esté denunciado, tenga orden de alejamiento y esté custodiado por la policía.
  2. Los que lo critican sin leerlo.
    Mayoritario y orgulloso. Su argumento principal es: “A mí no me hace falta leerlo para saber lo que pienso”, un clásico nacional.
  3. Gente que solo quiere terminar su divorcio en paz.
    Minoría silenciosa pero respetada, sobre todo por los abogados, que ya están reservando vacaciones para 2026.

La Ley de Violencia de Género: de solución histórica a criatura mitológica

Uno de los puntos centrales del debate es el origen de la Ley Integral contra la Violencia de Género, conocida popularmente como LIVG, LIGV o “esa de la que habla todo el mundo en las cenas”.

Según explica el escritor —y según repiten expertos serios que siempre aparecen citados en artículos serios con gafas serias— la ley nació como respuesta a un caso real y trágico: el asesinato de Ana Orantes, cuya muerte sacudió a España y puso el foco en la violencia machista que llevaba años en silencio institucional.

Hasta ahí, la historia es clara. El problema es lo que vino después.

De acuerdo con la sátira legislativa que solo entiende quien ha leído el BOE un domingo, la ley ha ido acumulando competencias de forma similar a cómo los electrodomésticos acumulan polvo: sin que nadie se dé demasiada cuenta, pero con efectos visibles.

Así, con los años, la ley:

  • ha sido reformada, ampliada, interpretada, reinterpretada y reinterpretada de la reinterpretación;
  • ha dado lugar a estadísticas que parecen hechas por un matemático con insomnio;
  • y ha entrado en una fase en la que ni los jueces, ni los abogados, ni las tías de Cuenca están completamente seguros de quién tiene razón en según qué casos.

Juana Rivas como icono pop-jurídico involuntario

El escritor sostiene, con la calma del que ya sabe que lo van a citar fuera de contexto, que la ley —pensada inicialmente para mujeres desprotegidas como Orantes— ha acabado generando situaciones inesperadas, como el caso de Juana Rivas, cuyo nombre ya forma parte de la cultura popular.

Hay quien, con humor negro, habla de “Juana Cinematic Universe”, porque su historia ha generado:

  • memes,
  • debates políticos,
  • debates pseudopolíticos,
  • debates que no saben si son políticos o no,
  • y una cantidad récord de expertos improvisados.

Para Ivars, la cuestión no es convertir a nadie en villano ni en heroína, sino entender que un marco legal puede tener efectos no previstos cuando se convierte en herramienta en conflictos familiares concretos.

Pero vivimos en España, así que esa parte nadie la escuchó. Lo que escuchó la gente fue:

  • “ha dicho algo polémico”
  • “¿dónde está el tuit?”
  • “¿quién se ofende primero?”

El país donde “víctima” tiene más interpretaciones que un tarot

El escritor insiste en la idea de que en los conflictos de pareja hay de todo: víctimas reales, víctimas instrumentalizadas, víctimas colaterales (los hijos), víctimas colaterales de las víctimas colaterales (los abuelos) y, en muchos casos, vecinos que se creen víctimas por tener que escuchar las discusiones a través de la pared.

Para algunos colectivos, la idea de admitir distintas categorías de víctimas suena a sacrilegio. Para otros, es simplemente sentido común. Para la gente normal, es martes.

La discusión pública ha derivado en frases como:

  • “Pero entonces ¿qué es una denuncia falsa?”
  • “¿Un archivo significa que era mentira?”
  • “¿No significa nada?”
  • “¿Significa que el fiscal se fue a desayunar?”
  • “¿Quién lleva las cuentas y por qué siempre son números tan raros?”

A esta última pregunta, Soto Ivars responde que la estadística estatal de denuncias falsas es tan estricta que solo se contabilizan los casos probados judicialmente, lo que deja fuera cualquier denunciante que simplemente admita que se inventó algo por WhatsApp.

Y claro, España no está preparada para una verdad así. Bastante tenemos con Hacienda.


Los medios: entre el pánico moral y la siesta moral

Otro de los temas que aborda el escritor en su obra es el papel de los medios de comunicación, a los que acusa, con elegancia andaluza, de “contar lo que les interesa” y omitir lo que no cabe en un titular con mayúsculas.

Según Ivars, los medios han convertido ciertos debates en dogmas, lo que ha generado una atmósfera tan espesa como una tertulia de Ferreras en agosto. No se puede hablar de matices sin que alguien crea que estás atacando a las víctimas; tampoco se puede hablar de víctimas masculinas sin que alguien escriba un hilo acusándote de intrusismo feminista.

El resultado final es que los medios, en vez de explicar la realidad, la han convertido en un campo minado donde la gente camina con cuidado para no pisar una palabra que active una alarma social.


Políticos: primer día oyen la ley, quinto día creen que la han escrito ellos

La entrevista también aborda el papel de los políticos, que Ivars describe —sin decirlo, pero diciéndolo— como auténticos artistas de la inercia institucional.

Nadie quiere tocar la Ley de Violencia de Género porque:

  1. Es electoralmente peligrosa,
  2. Cualquier reforma se interpreta como un ataque,
  3. Y, sobre todo, porque reformar leyes requiere trabajo, algo que en política española genera urticaria.

Hay quien dice que en España hay dos cosas a las que ningún político se atreve a meter mano:

  • las pensiones
  • y la LIVG

Si se intenta modificar algo, automáticamente aparece un comunicado, un tuit, y una tertulia denunciando que estás destruyendo el país.

Ante este panorama, la ley sigue igual, aunque la sociedad ya no sea la misma de 2004. Como si el país llevase veinte años intentando entrar en un pantalón que ya no le sirve.


El debate imposible: hombres vs mujeres vs gente que solo quiere dormir

Uno de los puntos más satíricos de la entrevista real —y que inspira esta noticia— es la idea de que la discusión se ha convertido en una guerra de sexos, un “Team Hombre” vs “Team Mujer” donde todo el mundo está jugando a un deporte que no entiende.

El escritor sostiene que esta visión es absurda. Y el Diario ASDF, como en tantas otras cosas, coincide: si España fuera realmente una guerra de sexos, no habría bodas, no habría divorcios, y no habría suegras opinando sobre nada. Y todos sabemos que eso no va a pasar.

La realidad es más simple:

  • hay maltratadores reales,
  • hay víctimas reales,
  • hay denuncias falsas reales,
  • y hay gente que solo quiere que les dejen vivir sin convertir un malentendido en un caso penal.

Pero admitir eso requiere pensar. Y pensar agota.


Conclusión ASDF: el libro, la ley y el país donde todos opinan y nadie lee

El fenómeno Soto Ivars demuestra una vez más que España tiene una habilidad única: coger un debate importante y convertirlo en una batalla campal mediática.

El escritor no pide destruir la ley, ni quemar el BOE, ni instaurar un sistema judicial basado en votaciones por Telegram. Solo pide algo que en España parece ciencia ficción: reformar para mejorar.

Pero el país no funciona así. España prefiere:

  • gritar,
  • insultar,
  • bloquear,
  • hacer un hilo en X,
  • acusar a alguien de machista o de posmoderno,
  • y luego, si queda tiempo, preguntar de qué iba el libro.

Y mientras tanto, los casos reales —los de verdad— siguen ocurriendo. Silenciosos. Invisibles. Difíciles.

Claro que eso interesa menos que un buen trending topic.

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