Pablo Iglesias

Por Redacción | Madrid

En un país donde el debate sobre la educación nunca deja de estar en el centro de la conversación política y social, un testimonio ha llamado especialmente la atención en los últimos días. Una madre de dos niños ha decidido explicar públicamente los motivos que la llevaron a matricular a sus hijos en un colegio privado, aun siendo defensora declarada de la escuela pública. Su razonamiento, aparentemente contraintuitivo, abre un espacio de reflexión sobre las tensiones, paradojas y contradicciones que atraviesan el sistema educativo en España:

“La razón por la que llevo a mis hijos a una escuela privada es para no ocupar plazas en la pública y que estén disponibles para quienes más lo necesitan”.

Estas palabras, compartidas en una conversación con este periódico, han generado un amplio debate en redes sociales y en los entornos educativos.


Un gesto poco habitual en un contexto polarizado

El discurso educativo en España suele estar marcado por trincheras ideológicas. Para algunos, la escuela pública representa la igualdad de oportunidades y un compromiso innegociable con lo colectivo. Para otros, la enseñanza privada o concertada es vista como un recurso legítimo para garantizar calidad, especialización y elección por parte de las familias.

En este terreno resbaladizo, el testimonio de esta madre madrileña, a quien llamaremos Laura para preservar su identidad, suena distinto. “Siempre me he sentido defensora de la pública”, afirma. “Fui a una pública, mis hermanos también. Pero cuando llegó el momento de elegir colegio para mis hijos, pensé que quizá era mejor apartarnos, aunque suponga un esfuerzo económico, para dejar espacio a quienes de verdad no tienen alternativa”.

Según explica, la decisión no estuvo motivada por desconfianza hacia la calidad de la enseñanza pública, sino por un análisis práctico: “Tengo la posibilidad de pagar una mensualidad, aunque me cueste. Pero hay familias que dependen al cien por cien de que haya plazas en su barrio, cerca de su casa, y que no tienen esa flexibilidad. Yo me planteé que, si puedo permitirme otra opción, quizá así contribuyo a que el sistema funcione un poco mejor”.


El contexto: saturación en determinados centros

La situación que describe Laura no es aislada. Los informes más recientes del Ministerio de Educación señalan que, aunque la oferta de plazas en la escuela pública cubre la mayor parte de la demanda, existen desigualdades territoriales muy marcadas.

En determinados barrios de grandes ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia, los colegios públicos están saturados, especialmente en zonas con fuerte crecimiento poblacional o llegada de nuevas familias. Mientras tanto, la red privada y concertada absorbe parte de la presión, pero no siempre está al alcance de todos los bolsillos.

La Federación de Asociaciones de Padres y Madres del Alumnado (CEAPA) admite que la decisión de Laura resulta atípica: “Lo normal es que las familias que pueden pagarlo opten por la privada buscando un plus, sea en idiomas, instalaciones o prestigio. Lo sorprendente aquí es la motivación: renunciar a un derecho universal como la plaza pública en favor de otros. Es un razonamiento ético que abre debate”.


Una elección que no está exenta de contradicciones

Los expertos en sociología de la educación advierten, sin embargo, que el gesto de Laura puede generar interpretaciones encontradas. Para Marcos Gutiérrez, investigador en la Universidad Autónoma de Madrid, la decisión tiene una lectura altruista, pero también refleja el fracaso de las instituciones:

“Si una ciudadana cree que hace un bien común apartando a sus hijos de la pública, lo que en realidad está diciendo es que el Estado no garantiza suficientes plazas ni recursos. Es una crítica implícita a la capacidad del sistema de absorber a todos en igualdad de condiciones”.

Además, Gutiérrez señala que la segregación escolar sigue siendo un problema de fondo. En España, los informes internacionales muestran que el nivel socioeconómico de las familias influye notablemente en la composición de los centros. “El gesto individual de Laura puede sonar noble, pero el riesgo es que refuerce, sin quererlo, la división social entre quienes pueden pagar y quienes no”, añade.


El coste emocional y económico de la decisión

Para Laura y su pareja, la elección no ha sido sencilla. El colegio privado donde estudian sus hijos supone un desembolso mensual cercano a los 900 euros por niño, sin incluir actividades extracurriculares ni comedor. “Es un esfuerzo enorme, hemos tenido que recortar vacaciones y renunciar a otras cosas. Pero sentimos que es lo correcto”, comenta.

Su entorno no siempre comparte la visión. “Algunos amigos me dicen que estoy loca, que es absurdo pagar cuando podría tener una plaza pública gratuita y de calidad. Otros me tachan de hipócrita, porque me declaro defensora de la pública pero no llevo a mis hijos allí. Es duro, pero yo intento explicarlo: si todos los que podemos pagar nos mantenemos en la pública, se generan cuellos de botella que terminan perjudicando a quienes más lo necesitan”.


Voces críticas: ¿altruismo o privilegio?

El debate sobre el caso de Laura ha desatado reacciones diversas. En redes sociales, algunos usuarios aplauden su razonamiento como una muestra de conciencia social. “Ojalá más gente pensara así. La pública debe priorizar a los que no tienen otra opción”, escribía una internauta en X (antes Twitter).

Sin embargo, también abundan las críticas. “Esto no es altruismo, es privilegio disfrazado. Si de verdad crees en la pública, deberías luchar desde dentro por mejorarla, no abandonarla”, respondía otro usuario.

Las asociaciones de docentes también muestran reservas. Desde el sindicato CCOO advierten: “La solución no pasa por que las familias de clase media se retiren de la pública, sino por exigir a la Administración más inversión, más plazas y menos ratios. De lo contrario, la pública corre el riesgo de convertirse en un gueto para quienes no tienen elección”.


La cuestión de fondo: qué modelo educativo queremos

El caso de Laura pone sobre la mesa una discusión recurrente: ¿debe la educación pública ser universal y para todos, independientemente de la renta, o debe concentrarse en atender prioritariamente a quienes no pueden costear alternativas?

El Gobierno central insiste en que la pública es el pilar fundamental del sistema y que su vocación es integradora. No obstante, los sucesivos informes PISA han reflejado desigualdades persistentes en resultados académicos según el tipo de centro y el origen socioeconómico del alumnado.

“Si las clases medias abandonan la pública, la brecha social se ensancha”, explica la pedagoga Inés Martín, de la Universidad de Sevilla. “El contacto entre niños de distintos entornos es fundamental para construir una sociedad cohesionada. Si cada familia toma decisiones en clave individual, aunque lo haga con buena intención, terminamos con centros públicos cada vez más homogéneos en su composición social, y eso no es positivo”.


Una conversación que trasciende lo personal

Aunque la historia de Laura es un caso particular, su testimonio ha tenido eco porque simboliza un dilema más amplio: cómo conjugar las decisiones individuales de las familias con el interés colectivo de sostener un sistema educativo equitativo.

Al ser preguntada sobre si se arrepiente de su decisión, Laura responde con sinceridad: “A veces pienso que mis hijos se pierden cosas de la pública, como esa mezcla de realidades distintas que yo viví de niña. Pero también creo que ellos no notan la diferencia; su mundo ahora es su colegio, sus amigos, sus profesores. En todo caso, yo sigo defendiendo la pública con firmeza: es la base del sistema. Ojalá algún día no haga falta que una familia como la mía se plantee renunciar a ella para no perjudicar a otros”.


Mirando hacia adelante

El Ministerio de Educación ha anunciado recientemente un plan de inversión para aumentar las plazas en infantil y primaria en varias comunidades, con especial atención a los barrios más tensionados. La intención, según fuentes del departamento, es reducir las ratios y garantizar que todas las familias encuentren una opción pública cerca de su hogar.

Mientras tanto, casos como el de Laura seguirán apareciendo. Familias que, con motivaciones diversas, optan por la privada aun creyendo en la pública. Algunas por aspiraciones académicas, otras por comodidad logística, y unas pocas, como ella, por una mezcla de altruismo y pragmatismo.

Lo que resulta innegable es que el testimonio ha removido conciencias y ha vuelto a colocar sobre la mesa una de las grandes preguntas de nuestra sociedad: ¿cómo asegurar que la educación, ese derecho fundamental, funcione como verdadero ascensor social y no como espejo de nuestras desigualdades?


Conclusión

La frase de Laura, sencilla en apariencia, encierra una paradoja profunda: “Llevo a mis hijos a la privada porque creo en la pública”. Una declaración que obliga a repensar el papel de cada familia, de la Administración y de la sociedad en la construcción de un sistema educativo más justo y accesible para todos.

Quizá, como concluye la propia protagonista, el verdadero objetivo debería ser que ningún padre ni madre tenga que justificarse por llevar a sus hijos a la pública, porque siempre haya plazas suficientes, de calidad y al alcance de cualquiera.

Hasta entonces, su decisión seguirá siendo vista por unos como un gesto solidario y, por otros, como un síntoma de un sistema que todavía tiene mucho por mejorar.

También le puede interesar

¿Tienes un rumor?

Mándalo directo a nuestra Papelera.
📩 ¡Envíalo aquí!
papelera@diario-asdf.com

La cosa esta de la semana

«En un mundo donde todos toman la vida demasiado en serio, el Diario ASDF nos recuerda que apretar fuerte los dientes es la mejor forma de mantener la cordura.»

~ Atribuida a un anónimo lector del Diario ASDF, siglo XIV.

Entradas Destacadas