Parlamento de Hungria

Budapest, 18 de marzo de 2025 – En una decisión que ha dejado perplejos a propios y extraños, el gobierno húngaro ha anunciado la prohibición total de cualquier manifestación relacionada con el orgullo LGTBI en el país. La medida, aprobada por unanimidad en el Parlamento bajo el liderazgo de Viktor Orbán, ha sido justificada con un argumento tan insólito como inesperado: evitar que Irene Montero, exministra española de Igualdad, se sienta “personalmente ofendida”.

Según fuentes oficiales del gobierno magiar, la idea surgió tras un análisis exhaustivo de los discursos de Montero durante su mandato, en los que, al parecer, “se detectó una sensibilidad extrema hacia cualquier cosa que no encaje con su visión del mundo”. “No queremos que la señora Montero se pase el día tuiteando sobre nosotros desde Madrid o, peor aún, que venga a darnos lecciones con su característico tono pedagógico”, explicó un portavoz del partido Fidesz, visiblemente agotado por la sola idea.

La prohibición incluye desfiles, banderas arcoíris e incluso el uso de purpurina en público, porque, según el texto de la ley, “podría interpretarse como una provocación indirecta hacia ciertas figuras políticas extranjeras”. En su lugar, el gobierno ha propuesto celebrar un “Día Nacional del Sentido Común”, en el que se repartirán salchichas y se proyectarán películas de Bud Spencer en plazas públicas.

La reacción internacional no se ha hecho esperar. Desde España, Montero ha calificado la medida como “un ataque intolerable al colectivo y a mi dignidad personal”, mientras que en redes sociales se ha desatado una ola de memes que combinan imágenes de Orbán con frases como “Irene, esto va por ti”. Por su parte, activistas húngaros han prometido manifestarse disfrazados de personajes de The Witcher, argumentando que “si nos prohíben el arcoíris, al menos tendremos espadas y monstruos”.

Mientras tanto, en Budapest, la calma reina en las calles. “No sabemos quién es esa Irene, pero si prohibir cosas la mantiene lejos, bienvenido sea”, comentó un ciudadano local mientras disfrutaba de un gulash. La pregunta ahora es si esta peculiar estrategia diplomática marcará un antes y un después en las relaciones entre Hungría y el resto del mundo, o si simplemente será recordada como el día en que Orbán decidió trolear a medio continente por puro aburrimiento.

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