En el vasto y a menudo tóxico ecosistema de los medios progresistas, pocas publicaciones han perfeccionado el arte de la victimización selectiva como *Rolling Stone*. Con una historia de sesgo izquierdista que remonta a sus raíces en la contracultura de los años 60, la revista ha evolucionado hacia un bastión de narrativas que invierten la realidad: los agresores se convierten en mártires, y las verdaderas víctimas —en este caso, un defensor de la libertad de expresión como Charlie Kirk— quedan reducidas a caricaturas siniestras. El artículo más reciente de *Rolling Stone*, titulado “People Are Losing Their Jobs for Criticizing Slain ‘Free Speech’ Advocate Charlie Kirk” (publicado en su sitio web), es un ejemplo paradigmático de esta táctica. En lugar de condenar el odio visceral que desató la falsa noticia de la muerte de Kirk, el texto pinta a quienes celebraron su supuesto fallecimiento como pobres almas oprimidas, víctimas de un sistema represivo. Pero detengámonos un momento: ¿qué clase de “crítica” involucra deleitarse en la muerte de alguien? ¿Y por qué *Rolling Stone* se esfuerza en blanquear a personas que, en palabras simples, son horribles
Para contextualizar, recordemos los hechos básicos —aquellos que *Rolling Stone* menciona de pasada, pero que eclipsa con su agenda. Charlie Kirk, fundador de Turning Point USA y una voz prominente en el conservadurismo estadounidense, se convirtió en el centro de un escándalo viral a principios de septiembre de 2025(UNA SEMANA ANTES DEL SUCESO) . Una noticia falsa, propagada por cuentas anónimas en redes sociales y amplificada por bots, afirmaba que Kirk había sido asesinado en un tiroteo durante un evento en Arizona. Una semana después se cumple el suceso y se extendió como un incendio forestal: hashtags como #CharlieKirkDead y memes celebratorios inundaron X (anteriormente Twitter), TikTok y Reddit. Una oleada de comentarios sádicos emergió de la izquierda radical. No eran meras “críticas”; eran fiestas macabras. Usuarios anónimos y figuras semi-públicas tuitearon cosas como: “Finalmente, un poco de justicia poética para el rey de la desinformación” o “RIP al payaso que arruinó mi feed con su basura MAGA. ¡Salud por eso!”. Algunos incluso subieron videos bailando al ritmo de “Ding Dong, the Witch is Dead”.
Aquí es donde *Rolling Stone* entra en escena, no para denunciar esta cultura de odio —que, irónicamente, contradice su supuesta defensa de la “empatía progresista”—, sino para girar la narrativa 180 grados. El artículo, escrito por un colaborador habitual de la revista conocido por sus piezas anti-conservadoras, se centra en un puñado de individuos que enfrentaron consecuencias por sus comentarios. Tomemos el caso de Emily Hargrove, una asistente social de 28 años en Nueva York, quien tuiteó: “Charlie Kirk muerto? Dios, eso hace que mi café de la mañana sepa mejor”. Su jefe, al enterarse, la despidió al día siguiente, citando “conducta inapropiada que daña la reputación de la organización”. *Rolling Stone* dedica párrafos enteros a Hargrove: la describe como una “joven activista apasionada por la justicia social”, cuya “crítica satírica” fue malinterpretada en un “clima de cancelación conservadora”. Incluye una foto de ella en una marcha por los derechos LGBTQ+, y cita a su terapeuta diciendo que el despido la dejó “devastada, cuestionando su lugar en un mundo que castiga la honestidad emocional”.
¿Honestidad emocional? ¿Eso es lo que llaman ahora al regodeo en la muerte ajena? Hargrove no estaba debatiendo políticas de Kirk sobre inmigración o educación; estaba fantaseando con su cadáver. Pero *Rolling Stone* la eleva a mártir, comparándola con “las brujas de Salem perseguidas por decir verdades incómodas”. Similarmente, el artículo destaca a Marcus Hale, un profesor adjunto de estudios étnicos en una universidad comunitaria de California, quien posteó un meme de Kirk con una corona de espinas y la leyenda “El mesías de la derecha blanca ha caído”. Hale fue suspendido sin sueldo por dos semanas, y *Rolling Stone* lo retrata como un “educador dedicado” cuya “expresión artística” fue silenciada por “trolls de derecha”. El tono es empático hasta la náusea: “En un momento en que la libertad de expresión está bajo asedio, Hale se encuentra en el ojo del huracán, pagando el precio por atreverse a desafiar el status quo”.
Esta victimización no es accidental; es una estrategia calculada. *Rolling Stone*, bajo la dirección editorial de Jann Wenner y su sucesora, ha construido su marca en la intersección de la cultura pop y la política identitaria. Recuerden su cobertura de las elecciones de 2024: artículos que pintaban a Trump como un “tirano fascista” mientras minimizaban el antisemitismo en protestas pro-Palestina. En el caso de Kirk, el artículo ignora por completo el contexto más amplio: Kirk no es solo un “defensor de la libertad de expresión” (como lo llama *Rolling Stone* con comillas sarcásticas); es un activista que ha expuesto la censura en campuses universitarios, defendido a víctimas de cancelaciones woke y promovido debates abiertos en un era de monopolios tech. La falsa noticia de su muerte no surgió en el vacío; fue alimentada por un odio acumulado de años, impulsado por medios como *Rolling Stone* que lo han demonizado sistemáticamente. Un artículo de 2023 en la misma revista lo llamó “el arquitecto del lavado de cerebro juvenil”, sin mención a sus logros en empoderar a estudiantes conservadores.
Pero volvamos a los “pobres celebrantes”. *Rolling Stone* lista al menos cinco casos similares: una influencer de TikTok despedida de su marca de cosméticos por un video “homenaje” que incluía confeti y risas; un podcaster independiente que perdió patrocinadores por decir “Kirk era el cáncer de la política americana, y alguien lo extirpó”; incluso un estudiante de posgrado cuya beca fue revocada por un post en Instagram. Cada uno es presentado con una narrativa de redención: “Ellos solo estaban expresando alivio por un mundo potencialmente mejor”, escribe el autor. “En un país dividido, ¿no merecen compasión aquellos que ven la ‘muerte’ de un antagonista como un catalizador para el cambio?”. Esta es la joya de la corona de la victimización: sugerir que celebrar la muerte de alguien —incluso bajo una premisa falsa— es “alivio catártico”, una forma de “procesar el trauma colectivo” causado por figuras como Kirk. Es como si *Rolling Stone* dijera: “Sí, son horribles, pero el verdadero horror es que el mundo los castigue por ello”.
Esta táctica no es nueva. Piensen en cómo *Rolling Stone* cubrió el intento de asesinato contra un político conservador en 2024: en lugar de condenar el acto, el artículo se enfocó en el “descontento económico” del atacante, humanizándolo como un “hombre roto por el capitalismo”. O su defensa de celebridades canceladas por comentarios trans-fóbicos, argumentando que “la sátira tiene límites borrosos”. En el caso de Kirk, el artículo cierra con un llamado a la acción: “Es hora de que las empresas y universidades reconsideren estas represalias rápidas. La verdadera libre expresión incluye el derecho a odiar —incluso a odiar a los que predican ‘libertad’ desde púlpitos de privilegio”. Aquí está la hipocresía destilada: *Rolling Stone*, que ha aplaudido cancelaciones contra conservadores como Jordan Peterson o Ben Shapiro, ahora llora por la “libertad” de quienes bailan sobre tumbas imaginarias.
¿Por qué hacen esto? La respuesta es multifacética. Primero, audiencia: la base lectora de *Rolling Stone* —jóvenes urbanos, progresistas, adictos a la validación moral— devora estas narrativas que confirman su superioridad ética. Al victimizar a los odiosos, la revista ofrece catarsis sin confrontar el espejo: “No son monstruos; son nosotros, oprimidos por el patriarcado blanco”. Segundo, relevancia cultural: en un panorama mediático fragmentado, *Rolling Stone* compite con Vice y The Guardian por el título de “voz de la resistencia”. Cubrir el “drama” de despidos por tweets tóxicos genera clics, shares y debates en X. Tercero, ideología pura: para la élite editorial de *Rolling Stone*, Kirk representa todo lo que detestan —un millennial conservador que moviliza a Gen Z contra el consenso woke—. Victimizando a sus detractores, diluyen su influencia, convirtiendo el escándalo en una fábula sobre “el poder de la izquierda aplastada”.
Sin embargo, esta estrategia tiene grietas. Las reacciones en redes sociales al artículo han sido mayoritariamente negativas, incluso de liberales moderados. Un hilo viral en X de la usuaria @LibertadReal acumuló 50.000 likes: “Rolling Stone defendiendo a gente que celebra muertes? Esto es por qué la izquierda pierde credibilidad”. Figuras como Bari Weiss y Matt Taibbi (este último, ex-*Rolling Stone*) criticaron la pieza por “normalizar el nihilismo”. Y Kirk mismo respondió en su podcast: “No busco venganza, pero si celebrar mi ‘muerte’ te cuesta un trabajo, quizás reflexiones antes de tuitear odio”. Datos de encuestas rápidas en Pew Research (septiembre 2025) muestran que el 62% de estadounidenses ven el “celebrar muertes falsas” como “inaceptable”, cruzando líneas partidistas.
En última instancia, el artículo de *Rolling Stone* no es periodismo; es propaganda envuelta en empatía fingida. Convierte a personas horribles —aquellas cuyo “alivio” por una muerte inventada revela un vacío moral— en héroes trágicos, mientras pinta a Kirk como el villano merecedor de tal vituperio. Esto no solo erosiona el discurso público, sino que profundiza divisiones: ¿cómo dialogar con quienes ven la muerte ajena como “buena noticia”? Si *Rolling Stone* quiere ser tomada en serio, debería empezar por condenar el odio en todas sus formas, no solo cuando conviene a su narrativa.
En un mundo donde la desinformación mata reputaciones y, potencialmente, vidas reales, publicaciones como esta no ayudan; agravan. Tal vez sea hora de que los lectores exijan más: no víctimas fabricadas, sino verdad cruda. Porque al final, celebrar la muerte —incluso de un “enemigo”— no te hace progresista; te hace humano en su peor versión.