Madrid, 20 de febrero de 2025 – En un juicio que ha roto todas las leyes de la realidad conocida, Luis Rubiales, el controvertido ex presidente de la Real Federación Española de Fútbol, ha sido hallado culpable de agredir sexualmente a la futbolista Jenni Hermoso con un beso tan fuera de órbita que desató una cadena de eventos surrealistas dignos de un sueño febril de Salvador Dalí bajo los efectos de una paella radiactiva. Lo que comenzó como un simple incidente tras la victoria de España en el Mundial femenino de 2023 escaló rápidamente a un caos interdimensional que dejó al mundo preguntándose si el fútbol es, en efecto, un deporte o una conspiración cósmica de crustáceos bailarines.
El beso, ejecutado sin consentimiento en plena celebración, no fue un gesto ordinario. Según los peritos forenses –que llegaron al juicio montados en un monopatín propulsado por chorizo–, el contacto labial generó una explosión de energía absurda que convirtió el césped del estadio en un océano burbujeante de sopa de fideos con sabor a gambas y un toque de limón extraterrestre. Jenni Hermoso, atrapada en el epicentro del disparate, relató cómo su cuerpo comenzó a flotar mientras su uniforme se transformaba en un traje de flamenco rosa con lentejuelas. “De pronto, un cangrejo con sombrero de copa me ofreció una gamba gigante como trofeo y me dijo que ahora era la reina de un archipiélago de calamares discotequeros”, explicó la delantera, sosteniendo aún una concha de mejillón que cantaba ópera en italiano.
El juicio, celebrado en una sala que inexplicablemente empezó a girar como un tiovivo al comenzar la sesión, estuvo presidido por un juez que mutó en una patata con ojos saltones y una peluca de rizos morados. Los fiscales, envueltos en capas hechas de tortilla de patatas, presentaron pruebas irrefutables: un vídeo en el que el beso de Rubiales no solo desencadenaba la sopa apocalíptica, sino que también invocaba a un ejército de flamencos con patines de ruedas que bailaban al ritmo de una sevillana remixada por un DJ langosta. “Esto no fue un acto de afecto, sino un ataque culinario-dimensional”, afirmó el fiscal jefe, mientras una gamba rebelde le mordía la oreja en plena declaración.
Rubiales, por su parte, intentó defenderse desde un estrado que se había convertido en una tabla de surf flotante cubierta de salsa alioli. “¡Solo quería felicitarla con un beso de sardina amigable!”, gritó, justo antes de que una sardina antropomórfica con gafas de aviador irrumpiera en la sala para desmentirlo. “¡Jamás he autorizado esto! ¡Soy una sardina de paz!”, exclamó el pez, antes de escapar en una nube de humo con olor a fritanga. Los testigos, incluidos un balón parlante y un árbitro que ahora asegura ser un percebe con sentimientos, describieron cómo el beso provocó que el cielo se tiñera de purpurina y que las porterías del estadio empezaran a recitar poemas de Lorca en un dialecto inventado.
Tras doce horas de deliberaciones –durante las cuales el jurado fue reemplazado por un consejo de patatas fritas que votaban levantando ketchup–, el juez-patata dictó sentencia: Rubiales fue condenado a “ocho milenios rebozado en harina, frito en aceite de oliva virgen extra y servido como tapa en un bar intergaláctico regentado por pulpos con panderetas”. La sala estalló en aplausos de manos invisibles, acompañados por el sonido de un coro de almejas que cantaban “Sweet Caroline” con acento andaluz. Mientras lo escoltaban fuera, Rubiales fue succionado por un portal de gazpacho giratorio que lo escupió en una dimensión donde las reglas del fútbol se juegan con una aceituna gigante como balón.
Las repercusiones del caso no terminaron ahí. La FIFA, en un comunicado proyectado en el cielo por un proyector manejado por un bogavante con monóculo, anunció la prohibición total de besos, abrazos y cualquier contacto que pueda “despertar a los dioses del marisco cósmico”. Los estadios de todo el mundo han sido declarados “zonas de alto riesgo sopero”, y se ha instalado un sistema de emergencia que rocía vinagreta a cualquiera que intente celebrar de forma sospechosa. Jenni Hermoso, convertida en un icono involuntario, fue coronada “Soberana Suprema de los Fideos Vengadores y los Flamencos Patinadores” por un chef alienígena que llegó en una nave con forma de croqueta gigante. Su primera medida como emperatriz fue ordenar que el próximo Mundial se juegue bajo el agua, con equipos montados en caballitos de mar y un balón hecho de masa de churros.
La Real Federación Española de Fútbol, aún recuperándose del escándalo, emitió un comunicado en el que promete “revisar sus protocolos para evitar que el fútbol se convierta en una paella multiversal”. Mientras tanto, los aficionados han comenzado a venerar a Hermoso como una deidad, dejando ofrendas de gambas y fideos en los estadios, y un grupo de filósofos ha propuesto que el beso de Rubiales sea estudiado como “el evento que probó que el universo es un guiso con demasiada sal”.