Escuchen, mortales de mente estrecha y braguetas reprimidas: mi coño no es solo un órgano, es una entidad cósmica, un huracán de placer que arrasa con las normas de esta sociedad de mojigatos con cara de vinagre. No soy una cualquiera, no soy una “perdida”, no soy la zorra del pueblo que sus abuelas usan para asustar a las niñas en las catequesis. ¡No! Soy la mesías de mi propia vagina, una profeta del hedonismo que lleva la bandera del “sí, quiero” tatuada en la nalga izquierda.
Mi coño no pide permiso porque lidera mi camino, no se arrodilla ante nadie porque se arrodillan ante él, y mucho menos cede ante los santurrones que piensan que el sexo es un trámite para procrear y luego rezar por el perdón.
¿Qué me acuesto con quien me da la gana y más si tengo un rato libre? ¡Por supuesto! Mi vagina es un parque de atracciones con entrada libre y diversión asegurada, un festival de fuegos artificiales que no necesita que le apaguen las luces para explotar. Mientras ustedes se masturban en secreto viendo porno casi delictivo con cara de culpa, mi coño está ahí fuera firmando autógrafos y protagonizando una orgía digna de los dioses del Olimpo. ¿Y saben qué? ¡Poco es!
Porque mi entrepierna no entiende de horarios de oficina ni de “qué dirán”. Ella es una diva, una reina, un ser supremo que se ríe en la cara de los que creen que una mujer debe ser un florero con las piernas selladas con candado.
La doble moral de este mundo es tan grotesca que parece escrita por un guionista de series de Netflix recién despedido. Los mismos follacabras que me condenan al infierno tienen las manos manchadas de sus propios pecados, y las señoras de bien que me llaman “desvergonzada” se mueren por saber cómo se siente un orgasmo que no venga con instrucciones del marido. ¿Me rebajo? ¡Jamás! Mi coño no se rebaja, él asciende al trono de la lujuria mientras yo lo aplaudo con mis tetas dando botes. El respeto me lo doy yo, y mi vagina me lo agradece con fuegos artificiales que harían temblar la meca entera.
Y a los que dicen que “una dama no hace eso”, les respondo: mi coño no es una dama, es un titán, un Godzilla del placer que aplasta las reglas y se come los prejuicios como si fueran palomitas. Ustedes me miran con desprecio porque no soportan que mi vagina tenga más vida social en una hora que ustedes en una década. ¿Quieren respeto? Váyanse a respetar a sus espejos, que les devuelven la cara de amargura que llevan puesta y no se quejan. Mientras tanto, mi coño y yo seguiremos siendo las estrellas de un espectáculo que no admite censura: él disfruta, yo mando, y el mundo que se joda si no le gusta.
Así que, guardianes de la virtud, dejen de lloriquear por mi “inmoralidad”. No soy puta, es que mi coño es una máquina de felicidad intergaláctica que no necesita su aprobación ni sus coranes. Si les arde el alma de envidia, consíganse un extintor, porque yo seguiré aquí, montando una bacanal digna de las leyendas que se contarán mientras mi vagina se ríe de sus caras largas. ¡Que viva el placer, y que si llega mi final que sea en una cama con los ojos en blanco!