El presidente del Gobierno construye simbólicamente su propio Muro de Berlín emocional entre Moncloa y la Comunidad Valenciana: “Me hace daño ver tanto arroz con cosas”.
Valencia – En un giro de guion que ni Almodóvar podría haber escrito sin tomarse primero dos horchatas con algo de absenta, el presidente Pedro Sánchez ha decidido levantar un muro invisible —pero contundente— contra el pueblo valenciano. El muro, según fuentes cercanas a Moncloa, no es de ladrillo, ni de hormigón, ni siquiera de realidad presupuestaria. Es peor: es de silencio, indiferencia y agravios acumulados en la mochila de los años.
Mientras los valencianos siguen esperando algún gesto de cariño institucional, una buena financiación o, por qué no, que al menos les salude por Navidad, Sánchez parece más entregado a otras causas nobles como explicar en Finlandia cómo se gobierna con un espejo y una sonrisa o escribir su nuevo libro “Cómo ser resiliente cuando tienes que fingir que conoces Alicante”.
Capítulo I: La maldición del arroz mal entendido
Los analistas políticos coinciden: algo se rompió entre Sánchez y la Comunidad Valenciana cuando, en una visita informal a Albufera, le sirvieron una paella con chorizo. Desde aquel día, el presidente evita el Levante como un turista británico evita el protector solar.
“Yo no puedo gobernar para una región donde meten garbanzos en una fideuà”, habría declarado Sánchez en confianza a un asesor que ya no trabaja con él porque era de Castellón.
A esta desconexión emocional se suma una estrategia política que expertos definen como “sutil como una bofetada con una falla”: reducir la inversión pública, marginar el Corredor Mediterráneo y desaparecer de actos públicos en la región con la misma destreza que un ninot antes de la cremà.
Capítulo II: Comparaciones odiosas, nivel volcánico
El último gesto que ha encendido los ánimos en el Cap i Casal ha sido el anuncio de nuevos fondos especiales para la reconstrucción de La Palma, mientras que la Comunidad Valenciana sigue esperando que alguien le reconstruya, aunque sea, el wifi en las estaciones de Cercanías.
“No tenemos nada contra La Palma, eh, que les vaya muy bien, pero… ¿nosotros qué somos, el primo feo del Gobierno?”, se queja Amparo, vecina de Torrent, mientras recoge firmas para que el AVE pare al menos una vez al año en Xàtiva.
Para los valencianos, la solidaridad del Estado tiene más filtros que una foto en Instagram y se gestiona como si fuera una paella de catering: todos quieren una ración, pero a ellos les llega siempre fría y sin marisco.
Capítulo III: El mito de la financiación autonómica, también conocido como “la gran estafa”
La Comunidad Valenciana lleva dos décadas pidiendo una financiación autonómica justa, equilibrada y sin cláusulas ocultas en letra pequeña. ¿El resultado? Lo más parecido a pedirle a un cactus que te abrace.
“Cada vez que hablamos de financiación, Pedro se va a correr por Moncloa o se pone a escribir otro prólogo”, explican fuentes anónimas del PSOE que aún recuerdan con escalofríos la vez que intentaron hablarle del déficit estructural de Valencia… y él sacó una guitarra para cantar algo de Sabina.
Los presupuestos generales del Estado parecen seguir una lógica muy clara: cuanto más cerca estés de convencer a Sánchez de que sabes pronunciar “sanchismo” con acento andaluz, más fondos te caen. Si, por el contrario, insistes en pronunciar la “ch” como una “tx”, olvídate del dinero y del cariño.
Capítulo IV: La gran ausencia y el tour del silencio
Mientras el presidente se prodiga en Galicia, Cataluña o incluso en rincones ignotos de Portugal donde le han prometido una foto con una cabra, en la Comunidad Valenciana los actos institucionales del Gobierno central se han sustituido por videollamadas de baja calidad o mensajes enviados en valenciano por ChatGPT (versión 2019, eso sí).
“Hace tres años que no vemos a Sánchez por aquí. El último recuerdo que tenemos es una sombra en un acto en Gandía que luego resultó ser una figura de cartón piedra”, relata un funcionario de protocolo de la Generalitat.
La ausencia es tal que ya hay rumores de que, en caso de visita, se le organizará un recibimiento con banda municipal, comparsa de Moros y Cristianos y un tour gastronómico por locales donde no haya arroz con piña.
Capítulo V: El muro emocional, nuevo Patrimonio de la Indiferencia Nacional
Expertos en psicología política ya hablan del fenómeno Sánchez-Valencia como un “desacoplamiento afectivo institucional”. Según el profesor Adrià Malnom, catedrático en Psicodrama Fiscal Aplicado, “lo de Sánchez con Valencia es como una relación de pareja rota donde uno sigue mandando memes y el otro ya vive con otra persona, en este caso, Cataluña”.
El muro levantado por el presidente no se puede ver, pero se puede sentir. En las estaciones sin inversión. En los hospitales con goteras. En las subvenciones que llegan con la misma frecuencia que un tren a Cuenca. En la cara de los alcaldes cuando preguntan “¿Y Pedro?”.
Epilogo: La resistencia de los valencianos (y una solución innovadora)
Cansados de esperar una mirada cómplice del Gobierno central, algunos sectores de la sociedad valenciana están tomando medidas. Se han propuesto crear su propio fondo autonómico de resistencia emocional, financiar infraestructuras con rifas de jamones y, en casos extremos, convencer a Puigdemont de que traslade su sede simbólica a Benidorm, a ver si así les hacen caso.
Por su parte, el president de la Generalitat, Carlos Mazón, ha asegurado que no descansará “hasta que Pedro Sánchez se digne a pronunciar la palabra ‘Alcoy’ sin pestañear”.
Mientras tanto, la ciudadanía se organiza: se han creado grupos de ayuda emocional para valencianos ignorados, clases de autodefensa presupuestaria y una nueva plataforma de TikTok donde influencers locales narran la historia del “muro de Sánchez” con dramatizaciones al estilo de Juego de Tronos.
“No queremos guerra. Solo queremos que, si vamos a ser invisibles, al menos nos avisen con tiempo para no votar con ilusión”, sentencia Loles, fallera mayor y experta en resignación estatal.
Moraleja (si la hubiera):
En España hay muchas maneras de construir un muro. Pedro Sánchez ha inventado la más silenciosa: la que no se ve, pero se siente… sobre todo en Valencia.
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