¡Oh, qué maravilla nos ha regalado el séptimo arte con Viaje de fin de curso! Es como si el guion lo hubieran escrito Greta Thunberg, Irene Montero, Fonsi Loaiza y toda esta peña perteneciente a la izquierda posmoderna junta en una sesión de espiritismo ideológico tras unas copas de más. Una obra que destila sutileza y realismo por los cuatro costados, como un puñetazo en la cara con un guante de terciopelo.


Un despliegue de diálogos dignos de la posteridad.
Imagínate la escena: un hotel en Mallorca siendo arrasado por adolescentes en plena rave, y de pronto, entre el estruendo de botellas rotas y muebles destrozados, una chica suelta, mientras hace videollamada con el “Espejo Publico” de la ficción, con cara de trascendencia: “vuestra generación estaba confinada”. ¿Perdona? ¿Esto es una película o un mitin de Zoom reciclado? No contentos con eso, otra joyita cae en medio del caos: “un sistema en el que yo como mujer tengo miedo de salir por la calle porque hay decenas de mujeres muertas cada año por pura misoginia”. Claro, porque no hay mejor momento para un monólogo feminista que mientras saqueas el minibar y prendes fuego a las sombrillas del hotel (y luego te quejarás de que no tienes sombra por el calor y el cambio climático)


Profundidad sociológica… o algo así.
Y luego está el clímax intelectual, el instante en que, mientras se ven chavales desmadrados (oye que yo no tengo queja en que se desmadren…pero tío luego no te quejes ni te pongas en plan soflamas) con una litrona en la mano o tirándose las copas por encima (qué desperdicio), se proclama: “nuestra generación está llena de rabia, una rabia que viene de la miseria que vosotros nos habéis dejado”. ¡Toma análisis estructural! Seguro que Greta asintió con orgullo desde su rincón imaginario mientras Fonsi garabateaba la línea en una servilleta. Ah, y no olvidemos la guinda: “de la violencia estructural”, soltada con la naturalidad de quien pide otra ronda en el botellón. Porque nada grita “rebeldía antisistema” como vandalizar un hotel de cuatro estrellas sin despeinarse.


Realismo, ¿para qué?
Lo más hilarante es que llevan horas de botellón —HORAS— y aquí no hay un solo coma etílico, ni un desmayo, ni un “llamad a una ambulancia”. ¿Qué es esto, un anuncio de refrescos light? Estos chavales tienen la resistencia de un tanque y la profundidad de un charco, sermoneando sobre la miseria y el patriarcado mientras bailan reguetón sobre una mesa rota. Coherencia narrativa en su máximo esplendor.


Conclusión: una joya del absurdo
En definitiva, Viaje de fin de curso es un monumento al disparate, una oda al sinsentido donde adolescentes sermonean como tertulianos de prime time mientras convierten un hotel en escombros. Es tan creíble como un unicornio en patinete y tan sutil como un elefante en una cristalería. Si te gusta que te tomen el pelo con ínfulas de trascendencia, esta es tu película. ¡Bravo!



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~ Atribuida a un anónimo lector del Diario ASDF, siglo XIV.

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