Eurovision

Madrid, 18 de septiembre de 2025 – Lo que parecía imposible, sucedió. España, país fiel a Eurovisión desde 1961, ha decidido que si Israel participa en Viena 2026, RTVE no enviará canción, ni cantante, ni nada. Y lo más sorprendente no es la decisión española, sino la reacción del propio certamen: agradecerlo con entusiasmo y pedir, por favor, que no volvamos jamás.

La noticia, que en otros tiempos habría sido un terremoto cultural, hoy se recibe entre resignación, ironía y un alivio sospechosamente sincero en el corazón de la organización eurovisiva.


La primera vez que España se baja del escenario

La historia lo recordará así: el país que siempre decía presente en Eurovisión, incluso cuando su propuesta era más cercana a un karaoke de barrio que a un espectáculo internacional, se retira. Y no lo hace porque le falten ganas de fiesta, sino como gesto político.

El Consejo de Administración de RTVE votó que si Israel sube al escenario en Viena, España se quedará en casa. Y, para más contundencia, la televisión pública ni siquiera emitirá la gala. Es decir, apagón eurovisivo total.


El alivio de la UER

Hasta aquí, la parte seria. Lo cómico viene después: la Unión Europea de Radiodifusión (UER), organizadora del festival, tras analizar la situación, habría enviado un mensaje extraoficial que corre por los pasillos como la pólvora:

“Querida RTVE:

Gracias por no venir. De verdad.

Ha sido una experiencia preciosa compartir con ustedes más de seis décadas de canciones, panderetas, bailarinas en bañador y coreografías que parecían diseñadas por un electricista con jet lag. Pero creemos que ya es suficiente.

Si ya se han ido, no vuelvan.

Atentamente,
Festival de la Canción de Eurovisión.”


España y Eurovisión: una historia de amor tóxico

Para entender este agradecimiento, hay que recordar el historial español en Eurovisión. España ha ganado dos veces, sí, pero ojo: la última fue en 1969. Franco todavía mandaba, la tele era en blanco y negro y Julio Iglesias llevaba pantalones acampanados. Desde entonces, lo más parecido a una victoria fue quedar terceros en 2022 con Chanel y su “SloMo”, tras lo cual todos pensaron que empezaba una nueva era.

¿Nueva era? Nueva decepción. Lo siguiente fue volver a caer en el pozo de la indiferencia europea: actuaciones correctas, votos escasos y la eterna maldición de los “12 points” que siempre iban para otros.


El trauma del “Chiki-Chiki”

En 2008, España tocó fondo (o al menos eso parecía). RTVE decidió mandar a Rodolfo Chikilicuatre con el “Chiki-Chiki”, una broma que empezó en un programa de Buenafuente y terminó representándonos en Belgrado. El resultado fue el que cabía esperar: Europa nos miró con cara de “¿estos vienen en serio?” y nos dejó en el puesto 16.

Aquel año quedó claro que España había cruzado la delgada línea entre la autoironía y el ridículo. Y desde entonces, cada vez que se habla de Eurovisión en nuestro país, alguien acaba diciendo: “Peor que con Chikilicuatre no puede ser”. Spoiler: sí puede.


Los olvidos épicos

La lista de fracasos es casi interminable.

  • 2011: Lucía Pérez y su “Que me quiten lo bailao” quedaron 23ª. Lo único memorable fue que la cantante seguía sonriendo aunque todo se hundía.
  • 2015: Edurne, con “Amanecer”, y un vestido digno de Juego de Tronos, consiguió quedar 21ª. Los eurofans aún discuten si fue culpa del vestuario, de la puesta en escena o de que la canción era… bueno, simplemente olvidable.
  • 2017: Manel Navarro desafinó en directo y el gallo se convirtió en trending topic mundial. Fue el único momento en que España logró ser noticia en Europa ese año.
  • 2021: Blas Cantó, con “Voy a quedarme”, cosechó seis puntos en total. Sí, seis. Ni siquiera un partido político pequeño obtiene resultados tan bajos en unas elecciones.

El eterno “este año sí”

Cada primavera, España se convencía de que “este año sí”. RTVE prometía que la propuesta sería rompedora, única, moderna, capaz de enamorar a Europa. Y cada primavera, el público acababa gritando frente al televisor: “¡Nos han vuelto a dar cero puntos!”.

Era un ritual:

  1. Se elegía la canción con entusiasmo.
  2. Los eurofans españoles se ilusionaban en redes.
  3. El día del festival, la actuación dejaba al público europeo más frío que una sopa gazpacho en Finlandia.
  4. España terminaba en la cola de la clasificación.
  5. RTVE aseguraba que el año siguiente lo harían mejor.

Así durante décadas.


El papelón de los comentaristas

No se puede olvidar a los sufridos comentaristas de RTVE, que tenían que poner voz a la tragedia cada mayo. Entre ellos, José Luis Uribarri se convirtió en una leyenda, no solo por narrar con pasión, sino por acertar siempre los votos antes de que se anunciaran. Muchos decían que tenía información privilegiada, pero lo cierto es que sabía leer las alianzas políticas mejor que un diplomático.

Después de él, otros comentaristas heredaron la misión imposible: disimular la vergüenza cuando España quedaba penúltima. Tarea casi tan complicada como explicar a un niño qué es el IVA.


La maldición de los vecinos

Parte del problema español siempre fue el vecindario. En Eurovisión, los países se votan entre amigos: los nórdicos se apoyan entre sí, los balcánicos hacen piña, y hasta los caucásicos reparten puntos como si fueran caramelos.

¿Y España? España no tiene vecinos que voten. Francia nos ignora, Portugal rara vez nos da algo más que un par de puntos de cortesía, y Andorra ni participa. Resultado: aislados, como en una esquina de la pista de baile donde nadie invita a bailar.


La alegría de Eurovisión: un respiro sin España

Con este historial, no sorprende que Eurovisión respire aliviado ante la retirada española. Menos memes, menos gallos en directo, menos coreografías imposibles con bailarines disfrazados de lámparas de Ikea.

El festival gana en paz mental. Y, además, se ahorra tener que responder a la eterna pregunta de los españoles: “¿Por qué no nos votan?”.


El Benidorm Fest se queda

La ironía máxima es que el Benidorm Fest, ese certamen que se inventó como trampolín para Eurovisión, seguirá celebrándose. Es decir: España seguirá eligiendo a un ganador nacional… pero para nada. Será como organizar una boda y cancelar el viaje de novios. Mucho esfuerzo para terminar en la playa de Levante con churros y horchata.


Los eurofans, entre la rabia y la risa

Los seguidores más fieles del festival ya han reaccionado. Algunos lloran la pérdida de su cita anual con la esperanza (siempre frustrada) de ver a España brillar. Otros, en cambio, celebran que al fin se acabe el “síndrome de Estocolmo eurovisivo” y que dejemos de insistir en una relación que claramente nunca funcionó.

Mientras tanto, Twitter (o X, como se llama ahora) se llena de memes:

  • Mapas de Europa con España tachada y la frase: “Ni falta que hace”.
  • Montajes de Eurovisión cantando “Gracias España” al ritmo de “La, la, la”.
  • Y vídeos en los que los demás países celebran con cava la noticia.

¿Despedida o descanso?

La gran incógnita ahora es si España volverá algún día. ¿Será esta una pausa temporal, condicionada al futuro político de Israel, o una despedida definitiva?

Los organizadores ya lo tienen claro: cuanto más tarde volvamos, mejor. Ellos ya han firmado la carta de agradecimiento. Y nosotros, después de tantos fracasos, quizá deberíamos reconocer que Eurovisión no nos quiere, no nos entiende y no nos vota.


Epílogo: el divorcio más esperado

Después de más de 60 años de desengaños, la relación entre España y Eurovisión se parece más a un matrimonio fallido que a una historia de amor. Hemos aguantado humillaciones públicas, risas de Europa entera y decepciones anuales.

Ahora, por fin, parece que se ha firmado el divorcio. Y, para sorpresa de todos, Eurovisión no llora la pérdida. Al contrario: sonríe, descansa y respira.

Quizá lo más sensato sea hacer caso a la carta y no volver jamás. Al fin y al cabo, ¿quién necesita quedar penúltimo cada año cuando podemos ser primeros en organizar verbenas, fiestas de barrio y karaokes improvisados?

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