En un movimiento que ha generado tanto controversia como preocupación, Google ha implementado un sistema de verificación de edad basado en inteligencia artificial (IA) en YouTube, con indicios de que estas restricciones se extenderán a otros servicios vinculados a las cuentas de Google, como la Búsqueda de Google. Anunciado el 13 de agosto de 2025 en Estados Unidos, este sistema pretende identificar a usuarios menores de 18 años y aplicar restricciones automáticas en el contenido que pueden consumir y las funciones que pueden utilizar. Si bien Google justifica estas medidas como un esfuerzo para proteger a los menores y cumplir con regulaciones globales, esta política plantea serias cuestiones sobre la privacidad, la precisión de la IA, la libertad de acceso a la información y el impacto en los usuarios adultos.
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El núcleo de esta nueva política es un modelo de estimación de edad que utiliza algoritmos de aprendizaje automático para analizar patrones de comportamiento, como el historial de búsqueda, los videos vistos y la antigüedad de la cuenta. Aunque Google asegura que este sistema es sofisticado, la realidad es que la IA no es infalible. Los algoritmos pueden malinterpretar señales, como cuando un adulto ve contenido infantil para sus hijos o explora temas que la IA asocia erróneamente con menores. Esta falta de precisión ha llevado a reportes de usuarios adultos que enfrentan restricciones injustas, como la desactivación de anuncios personalizados o la imposibilidad de acceder a contenido para mayores de 18 años.

La dependencia en la IA para tomar decisiones tan trascendentales es problemática. Los algoritmos no entienden el contexto humano y carecen de la capacidad de discernir matices. Por ejemplo, un usuario que busca videos educativos sobre temas sensibles podría ser etiquetado como menor, enfrentando restricciones que limitan su experiencia digital. Esta falta de transparencia en cómo la IA llega a sus conclusiones solo agrava la frustración, ya que los usuarios no tienen forma de apelar efectivamente estas determinaciones automáticas.


Para aquellos usuarios marcados incorrectamente como menores, Google ofrece tres opciones de verificación: cargar un documento de identidad (como un pasaporte o licencia de conducir), enviar una selfie para análisis biométrico o vincular una tarjeta de crédito para una autorización temporal. Cada una de estas opciones plantea serias preocupaciones de privacidad. Enviar documentos personales a una empresa con un historial cuestionable en la gestión de datos, como Google, genera desconfianza. Aunque la compañía afirma que elimina estos datos tras la verificación, no hay garantías absolutas de que no se almacenen o utilicen de manera indebida, especialmente considerando los antecedentes de filtraciones de datos en grandes tecnológicas.

El uso de selfies para análisis biométrico es aún más inquietante. La tecnología de reconocimiento facial ha sido criticada por su potencial de abuso y su falta de precisión en ciertos grupos demográficos, como personas de piel oscura o con rasgos no normativos. Además, la recopilación de datos biométricos plantea riesgos a largo plazo, ya que una vez que esta información se filtra, no puede “deshacerse”. Suzanne Bernstein, experta en privacidad de la Electronic Privacy Information Center, ha señalado que “la recopilación de datos biométricos para verificar la edad es un paso hacia la normalización de la vigilancia masiva, especialmente cuando no hay evidencia de que estas medidas sean proporcionales al problema que intentan resolver”.

La extensión de las restricciones de YouTube a otros servicios de Google, como la Búsqueda de Google, Google Maps y Google Play, es particularmente alarmante. Usuarios han reportado que, tras ser marcados en YouTube, encontraron limitaciones en la Búsqueda de Google, como la incapacidad de acceder a resultados sin filtros o la desactivación de funciones como la línea de tiempo en Google Maps. Este enfoque de “talla única” asume que una cuenta marcada como menor debe ser restringida en todos los servicios, sin considerar que los usuarios pueden tener necesidades legítimas para acceder a contenido sin restricciones en otras plataformas.

Este sistema no solo es inconveniente, sino que también refuerza un modelo paternalista que limita la autonomía de los usuarios. En lugar de empoderar a los padres para supervisar el uso de internet de sus hijos, Google opta por imponer restricciones generales que afectan a todos, incluidos los adultos. Esto es especialmente frustrante en un contexto donde los usuarios ya proporcionan una fecha de nacimiento al crear una cuenta de Google. Si la compañía desconfía de la veracidad de esta información, ¿por qué no implementar un sistema de verificación inicial más robusto en lugar de penalizar a los usuarios después?

Los creadores de contenido en YouTube también están en la mira de estas políticas. Al restringir el acceso a videos clasificados como aptos solo para mayores de 18 años, Google reduce potencialmente la audiencia de creadores que producen contenido maduro pero legítimo, como documentales sobre temas sensibles o sátiras políticas. Además, la configuración predeterminada de videos subidos por menores como “privados” limita la capacidad de los jóvenes creadores para compartir su trabajo, lo que podría sofocar la creatividad y la expresión en una plataforma que históricamente ha sido un espacio para voces diversas.

Esta política también plantea preguntas sobre la censura. Al filtrar contenido basado en estimaciones de edad, Google está decidiendo qué es “apropiado” para ciertos usuarios, lo que podría llevar a la exclusión de información valiosa o perspectivas alternativas. En un mundo donde el acceso a la información es crucial, estas restricciones corren el riesgo de limitar el debate público y la libertad de expresión.

Google justifica estas medidas citando regulaciones como la Ley de Protección de la Privacidad Infantil en Línea (COPPA) en Estados Unidos, la Ley de Seguridad en Línea de Australia y el Reglamento de Servicios de Medios Audiovisuales de la Unión Europea. Sin embargo, culpar a estas leyes parece una estrategia para desviar la atención de las decisiones corporativas. En Europa, por ejemplo, los usuarios han expresado en plataformas como X que Google utiliza las regulaciones de la UE como una excusa para implementar medidas de control más estrictas, mientras que en Australia, la compañía ha amenazado con acciones legales contra la prohibición de redes sociales para menores de 16 años, lo que sugiere una postura contradictoria.

Además, la implementación de estas medidas parece inconsistente. Mientras que Google afirma que está protegiendo a los menores, los usuarios que acceden a YouTube sin iniciar sesión pueden eludir muchas de estas restricciones, lo que pone en duda la efectividad del sistema. Si el objetivo es realmente proteger a los menores, ¿por qué no abordar este vacío en lugar de imponer restricciones invasivas a los usuarios registrados?

Existen alternativas menos invasivas que Google podría haber considerado. Por ejemplo, podría mejorar las herramientas de supervisión parental, como las cuentas supervisadas de YouTube, que permiten a los padres personalizar la experiencia de sus hijos sin afectar a otros usuarios. Otra opción sería implementar un sistema de verificación de edad opcional al crear una cuenta, en lugar de confiar en una IA que toma decisiones opacas. Estas soluciones respetarían la privacidad y la autonomía de los usuarios mientras cumplen con los objetivos de protección infantil.

La nueva política de verificación de edad de Google, aunque presentada como una medida de protección, es un ejemplo preocupante de cómo las grandes tecnológicas están utilizando la regulación como pretexto para expandir el control sobre los usuarios. La dependencia en una IA imprecisa, la recopilación de datos sensibles y la extensión de restricciones a servicios más allá de YouTube demuestran una falta de consideración por la privacidad y la experiencia del usuario. En lugar de proteger a los menores, esta política castiga a los usuarios adultos, limita la libertad de expresión y refuerza un modelo de vigilancia digital que debería ser cuestionado.

Google debe reconsiderar su enfoque y priorizar soluciones que equilibren la seguridad con el respeto por la privacidad y la autonomía. Los usuarios, por su parte, tienen derecho a exigir transparencia sobre cómo se toman estas decisiones y a resistir medidas que, bajo el disfraz de la protección, socavan sus derechos digitales. En un mundo cada vez más conectado, la lucha por un internet libre y privado es más crucial que nunca.

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